domingo, 9 de marzo de 2008

S2 LECTURA OBLIGATORIA -

Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura
Un mundo de contrastes – Doris Lessing
2008 - Número 2
Doris Lessing, Premio Nobel de Literatura 2007, se crió en el actual Zimbabwe antes de radicarse en Londres en 1949. Muy apegada al país de su juventud, que la declaró indeseable en 1956 debido a sus posiciones anti-apartheid, la novelista británica le consagró gran parte de la conferencia que pronunció al recibir el premio, titulada “Sobre no ganar el premio Nobel”.

Fragmentos.

Estoy de pie en el umbral de la puerta mirando a través de nubes de polvo volátil hacia donde, según me dijeron ayer, todavía quedan bosques en pie. Ayer recorrí en auto kilómetros de troncos cortados y de restos calcinados por el fuego en el lugar mismo donde, en 1956, crecía el bosque más espléndido que he visto en mi vida. Totalmente devastado. La gente necesita comer, tiene que obtener combustible para sus fogones. Esto sucede en el noroeste de Zimbabwe a principios de los años ochenta.

Estoy visitando a un amigo que fue profesor en una escuela londinense. Ha venido para “ayudar a África”, según la expresión consagrada. Es un alma noble e idealista; lo que descubrió aquí, en esta escuela, lo conmocionó al punto que le ha costado reponerse de una depresión. Esta escuela no difiere en nada del resto de los establecimientos construidos después de la Independencia. Consiste en cuatro grandes cubos de ladrillo, plantados unos junto a otros directamente sobre el polvo, uno dos tres cuatro, con la mitad de una sala en un extremo dedicada a biblioteca. Las aulas tienen pizarras pero mi amigo guarda las tizas en el bolsillo, porque se las podrían robar. En la escuela no hay atlas ni globo terráqueo, no hay manuales ni cuadernos ni bolígrafos; la biblioteca no contiene el tipo de libros que a los alumnos les gustaría leer, sólo enormes mamotretos de universitarios estadounidenses, que resulta difícil manipular, sobras de las bibliotecas de los blancos, novelas policiacas, y hasta títulos como Un fin de semana en París o Felicitas encuentra el amor. […]

Mientras estoy con mi amigo en su habitación, algunas personas se acercan tímidamente, y todos, todos mendigan libros. “Por favor, envíanos libros cuando vuelvas a Londres.” Un hombre me dice: “Nos han enseñado a leer, pero no tenemos libros”. Toda la gente que encontré, sin excepción, me pidió libros. Permanecí allí sólo algunos días, en medio de la polvareda y de la escasez de agua porque las bombas estaban averiadas y las mujeres iban nuevamente a buscar agua al río. Otro profesor idealista que había venido de Inglaterra quedó muy afectado después de ver el estado de la “escuela”. El último día, era el fin del trimestre, la gente del pueblo sacrificó una cabra; la trocearon y la guisaron en una gran marmita. Era el festín tan esperado de finales del trimestre: un guiso de cabra acompañado de sémola. Mientras la fiesta estaba en su apogeo, retomé la carretera y volví a atravesar la zona de troncos y restos calcinados del antiguo bosque.

Dudo de que muchos de esos alumnos sean premiados alguna vez. Al día siguiente, estoy en una escuela del norte de Londres, un centro muy bueno, cuyo nombre todos conocemos. Es una escuela de varones. Hermosos edificios, jardines. Todas las semanas los alumnos reciben la visita de una personalidad. No es excepcional que esa personalidad sea el padre, un pariente o incluso la madre de uno de los alumnos. Para ellos la visita de una celebridad es algo habitual. Pero yo tengo presente la escuela en medio de la polvareda, en el noroeste de Zimbabwe. Miro esos rostros ligeramente expectantes y trato de contarles lo que he visto una semana antes […]

Estoy segura de que cualquiera que haya pronunciado un discurso […] conoce ese momento en que los rostros que está mirando se vuelven inexpresivos. Nuestros auditores no entienden lo que decimos: ninguna imagen mental corresponde a lo que les explicamos. En este caso en particular, ninguna imagen de escuela rodeada de nubes de polvo donde el agua escasea y donde el festín del final del trimestre es una cabra que se acaba de sacrificar guisada en una gran marmita. ¿Les es realmente imposible imaginar una pobreza tan desnuda? Hago lo que puedo. Ellos son chicos bien educados. Estoy segura de que un día algunos obtendrán premios. La charla llega a su fin. Ya con los profesores, pregunto, como siempre, si la biblioteca funciona y si los alumnos leen. Y aquí, en esta escuela para privilegiados, oigo lo que oigo siempre cuando visito escuelas de este tipo e incluso universidades. “Usted sabe cómo son las cosas. Muchos alumnos nunca han leído nada, y la biblioteca funciona a medias.” “Usted sabe cómo son las cosas”. Sí, en efecto, sabemos muy bien cómo son las cosas. Todos nosotros lo sabemos. Vivimos en una “cultura en fragmentación” en la que nuestras certezas de hace sólo unas pocas décadas están en tela de juicio y donde es frecuente que hombres y mujeres jóvenes, que han disfrutado de años de estudio, no sepan nada del mundo, no hayan leído nunca nada, conozcan sólo alguna que otra especialización, los ordenadores por ejemplo. […]

Un mundo entre la amenaza y el hastío

Estamos hastiados, todos nosotros en nuestro mundo amenazado. Somos los campeones del cinismo y de la ironía. Algunas palabras e ideas están tan desgastadas que dudamos en emplearlas. Pero ¿por qué no rehabilitar ciertas palabras que han perdido su poder de expresión? Poseemos una mina –un tesoro– de literatura que remonta a los egipcios, los griegos, los romanos. Todo está allí, toda esa riqueza literaria lista para ser redescubierta sin cesar por cualquiera que tenga la suerte de dar con ella. Un tesoro. Imaginemos que no hubiera existido nunca. ¡Qué vacíos, qué pobres seríamos! Hemos recibido un legado común de lenguas, poemas, relatos, y no es éste un patrimonio que corre el riesgo de agotarse. Está ahí, siempre.

Disponemos de un patrimonio de relatos, de cuentos, transmitidos por antiguos narradores – conocemos el nombre de algunos de ellos pero no de todos. Este linaje de narradores remonta a un claro en medio del bosque donde arde un gran fuego y donde los antiguos chamanes danzan y cantan, pues nuestro patrimonio de narraciones tuvo su origen en el fuego, la magia, el mundo de los espíritus. Y es allí donde se conserva todavía hoy. Interroguemos a cualquier narrador moderno y nos dirá que siempre hay un momento en que se siente tocado por el fuego, por ese fuego que hemos dado en llamar inspiración, entusiasmo, y ello se remonta al nacimiento de nuestra especie, al fuego, al hielo y a los grandes vientos que nos han modelado, a nosotros y a nuestro mundo. El narrador habita en el fondo de todos nosotros. El “hacedor de historias” está siempre en nosotros. Supongamos que nuestro mundo fuese devastado por la guerra, por los horrores que no nos resulta difícil imaginar. Supongamos que nuestras ciudades quedasen sumergidas bajo las aguas, que el nivel de los mares ascendiera… El narrador estará siempre presente, pues es nuestra imaginación la que nos modela, nos mantiene vivos, nos crea, para bien o para mal. Nuestras historias son las que nos recrean cuando estamos desgarrados, heridos e incluso destruidos. El narrador es el hacedor de sueños, el hacedor de mitos, es nuestro fénix, el que representa lo mejor de nosotros mismos en el apogeo de nuestra creatividad.

Esa pobre muchacha que avanza en medio del polvo soñando con una educación para sus hijos, ¿nos creemos acaso mejores que ella, nosotros, que vivimos ahítos, con nuestros armarios repletos, asfixiados por el peso de lo superfluo? Estoy convencida de que esa joven y las mujeres que hablaban de libros y de educación pese a que no habían probado bocado desde hacía tres días son las que todavía pueden definirnos hoy en día. Doris Lessing, premio Nobel de Literatura 2007. ®© Fundación Nobel Volver al índice

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Zimbabwe (IEU)
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Zimbabwe
Fecha de publicación: 06-02-2008
© UNESCO 1995-2008 - ID: 41751

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