Interior de una maquinaria narrativa
Diana Fernández Irusta
"Es hora de que nos preguntemos de qué hablamos cuando hablamos de cine clásico", propone Eduardo Russo en El cine clásico. Itinerarios, variaciones y replanteos de una idea . Crítico, docente e investigador de cine y artes audiovisuales, el autor es consciente de que, si hay una definición con la cual cualquier espectador -sea cual sea su grado de adscripción a la cultura cinematográfica- podría acordar, es la del cine clásico.
"Si se trata de clasicismo, el del cine es de un tipo absolutamente sui generis ", advierte, interesado en reflexionar sobre las formas, estilos y funciones que suelen considerarse propios de lo clásico en el campo cinematográfico. Una indagación que lo llevará a un terreno inesperadamente complejo, naturalizado durante mucho tiempo como un ámbito de comprensión casi universal y regido por criterios de orden, equilibrio y estabilidad.
Con estilo ameno y densidad conceptual, reconstruye el itinerario que llevó a la consolidación de este modelo (basado, además, en sólidos universos ficcionales, fluidez narrativa y claras relaciones de causa y efecto), y recorre las principales líneas teóricas que lo reivindicaron o impugnaron. Asimismo, retoma los insoslayables trabajos de Kristin Thompson y David Bordwell, figuras clave en la visión del cine clásico como un sistema en extremo estabilizado. En contraste, presenta la perspectiva de Rick Altman, quien hace hincapié en lo que podría ser una de las fisuras del aparentemente inquebrantable edificio clásico: la cuestión de la matriz literaria de sus narraciones fílmicas. En lugar de vincularla con la novela decimonónica, lo hace con el melodrama del siglo XVIII. Un "linaje reprimido", que poco tendría que ver con el equilibrio de lo clásico. Apostando a esta tesis, Russo rescata diversas zonas de desborde presentes en filmografías frecuentemente citadas como "clásicas". Allí está el excesivo final de Alma negra , de Raoul Walsh, entre otros casos donde esa gran privilegiada del cine clásico, la función narrativa, termina siendo saturada por la desmesura de lo espectacular. Atendiendo a esas zonas de "anomalía", Russo destaca también la obra de Billy Wilder, uno de los maestros de la transparencia narrativa, quien se permitía cierto distanciamiento reflexivo en sus films, sin llegar, claro esté, a una postura brechtiana.
Habría, incluso, otra paradoja: la puesta en suspenso de la oposición entre lo clásico y lo moderno. Porque, para sus contemporáneos, el cine conocido como "Hollywood clásico" constituyó un mediador imaginario entre el vértigo modernizador y sus posibles consecuencias traumáticas. "Fue un modo superlativo de vivir el momento", señala Russo, prefigurando la que, finalmente, resultará ser la gran pregunta del libro: ¿Qué hay por decir del cine actual? En parte, la respuesta la traen algunos trabajos de Clint Eastwood. Russo no rescata el automático rótulo de "clásica" con el que esta obra ha sido calificada, sino los momentos de sutil alteración en el devenir de la máquinaria narrativa; intersticios que habilitan la entrada de algo diferente. En el caso de Eastwood, el registro elegíaco. En estas operaciones, Russo encuentra "un cine orientado a lo clásico como irreversiblemente pasado (nos veríamos tentados a agregar: y contra lo presente en tanto televisivo)". Cine que, además, estaría generando una ficción fílmica construida para "espectadores-lectores", distanciados tanto del escéptico como del que demanda una velocidad más próxima al videojuego que al -¿clásico y moderno?- disfrute de lo fílmico.
© LA NACION
No hay comentarios.:
Publicar un comentario