Narrar la experiencia: Notas de campo de José Salazar
I.
José Salazar en acción pedagógica.
Fotomontaje: Pedro Maldonado.
Gran parte de las historias de los académicos, profesores y maestros se forjan fuera del sistema educativo. Es bien sabido que Montessori procedía del campo de la medicina, que Piaget era epistemólogo, Dewey filósofo, Milani sacerdote y Ferrer simplemente autodidacta. Son frecuentes las historias individuales y colectivas que nacen y se construyen epistemológicamente fuera de la escuela y que aterrizan en ella más adelante, así como las experiencias innovadoras y alternativas que se desarrollan en la periferia de la escuela. Ello muestra, tanto en el pasado como en el presente, que el ámbito pedagógico y escolar crece y se enriquece enormemente con las aportaciones de otros campos del saber y con visiones interdisciplinarias y transdisciplinarias. Y que la experimentación de innovaciones educativas globales y de alternativas institucionales y radicales encuentran un mejor campo de cultivo fuera de la educación formal, debido al excesivo burocratismo, regulación y encorsetamiento de la escuela.
Podemos decir que, en cierta medida, todos somos prácticos (todo el mundo, alguna vez, enseña a otro algo o ejerce alguna influencia premeditada sobre alguien) y todos sabemos también algo. Gimeno Sacristán argumentaba sobre el hecho de que la educación es una práctica compartida, y también lo es la comprensión de la misma. Todos sabemos algo de ella, todos podemos enseñar algo, dirigir y orientar de alguna forma a los demás. El ciudadano normal-sea o no madre o padre- entiende y es capaz de desarrollar prácticas educativas. El profesor también, en tanto que es, a la vez, un poseedor más de esa cultura sobre la educación y un especialista que domina los saberes pedagógicos con más profundidad y soltura que quienes no ejercen el oficio.
Lo cierto es que todos somos partícipes de la cultura pedagógica, aunque no todos (personas o colectivos) disponemos de las mismas posibilidades para articular y dejar nuestro sello personal en su evolución. El profesor, el experto saben más, y seguramente más ordenadamente, sobre lo que atañe a la educación, y esta distancia justifica los papeles especializados que tienen encomendados y que se les reconoce socialmente. Mas esos niveles o formas de conocer no anulan el conocimiento que los no profesionales de la educación tienen de ésta, y que incide de otra manera tanto en la escuela como en las prácticas educativas externas a ella. A fin de cuentas, educar consiste en imprimir una determinada dirección a la cultura, a la sociedad y a la forma de los seres humanos , y en ese empeño, con distintos papeles y poderes de influencia, estamos todos.
II.
(...)
En mi experiencia práctica como docente tiendo más a la concepción y función del docente que ¨Enseña poco y orienta mucho¨; ¨Al maestro compañero¨; ¨Al docente como aprendiz junto con sus alumnos; ¨que no enseña sino que crea las condiciones para que el alumno aprenda¨;¨Al educador en continua necesidad de aprender, buscando lo que estaba tapado o escondido, hallando lo que estaba ignorado u oculto, viniendo en conocimiento de una cosa que se ignoraba. Es como hacer aflorar algo que estaba presente y de cuya existencia o utilidad no éramos conscientes, o que conocíamos en una faceta y no en otra. La mayoría de nosotros inventamos poco, pero descubrir lo hacemos todos, sólo que unos destapan fenómenos importantes, lo que nadie había descubierto previamente, y otros lo hacen de lo que hasta podría ser sobradamente conocido, aunque no para ellos. Descubrir lo velado para todos es ver donde no se veía, poner delante de nuestra ignorancia lo desvelado por nosotros; es apoderarnos de sus avances, aprender de los demás. (José Gimeno Sacristán)
(...)Coincido plenamente con Vygotski , cuando nos dice que la capacidad creativa consiste en construir lo nuevo a base de reestructurar lo viejo. Y eso ha ocurrido en la historia de cualquier campo del saber; también en el educativo. Estamos siempre reelaborando, reorganizando, reinventando a partir de lo ya conocido.
No nos engañemos: al menos en la Pedagogía, se inventa muy poco. Somos sustancialmente memoria. Emilio lledó lo expresa muy bien en estas hermosas palabras: “Ser es, esencialmente, ser memoria”. La memoria es, así fuente de sabiduría. De ahí la importancia de recomponer los hilos de conexión entre el hoy y el ayer, entre la memoria colectiva y la realidad concreta, entre el discurso moral portador de principios, valores y señas de identidad y la apropiación subjetiva de estas tradiciones en nuestras vidas cotidianas cambiantes y efímeras.
Me asusta sobremanera la obsesión, deliberada o inconsciente, por borrar el pasado colectivo, por desterrar de los discursos educativos actuales los referentes y las raíces sobre los cuales han crecido y se han cristalizado las ideas y las prácticas pedagógicas más innovadoras de nuestro tiempo. Todavía recuerdo la cita del proverbio judío que citó un querido colega, Carlos Freire : “ cambio mi traje nuevo por un libro viejo”.
Debemos reflexionar , sobre cómo deben o pueden leerse, releerse y discutirse los clásicos. El valor de sus ideas y de sus prácticas no reside en poder repetir lo que ellos hicieron o en aplicar sus concepciones a nuestras aulas, sino en leer(interpretar) sus aportaciones desde nuestro tiempo y nuestras circunstancias para ver qué nos sugieren. Como nos recuerda la sentencia de IIya Ehrenbrg, la narración de lo ocurrido no cambia lo que existe sino en la medida en que transforme a quienes tienen que actuar en la realidad. El valor de las vidas ejemplares de estos sabios no puede residir en hacer de ellos modelos que imitar, aunque algunos de sus hallazgos conserven todavía plena validez, sino en convertirlos en estímulos para pensar, desde su lectura, las interrogaciones que debemos hacer a nuestra realidad y tomar conciencia del compromiso práctico que debemos adquirir con ella.
La fuerza de estos sabios no se basa en proporcionarnos ejemplos, sino en darnos argumentos para nuestra propia acción en nuestras circunstancias. Eso es lo que hace que unos aparezcan más cercanos a nosotros: que su lectura sea estimulante para ver nuestra cotidianidad y formular nuestro querer ir más allá de lo que tenemos.
Nuestro desarrollo como maestros se produce cuando investigamos en las aulas el significado de las propuestas que otros o nosotros mismos hemos podido elaborar. Es decir, que progresamos interpretando, traduciendo a otros, trasladando lo que pensaron e hicieron a nuestra situación, a nuestras ideas y a nuestros proyectos.
Nadie posee toda esa acumulación de información existente (la teórica-lo pensado- y el saber práctico) que constituye la cultura sobre la educación. Sólo dominamos parte de ella. Cada uno de nosotros somos partícipes de un retazo de la misma, que es nuestro propio pensamiento, nuestra forma de saber y nuestra particular visión del valor de todo ello. Unos disponen de una sabiduría y otros de otra diferente; de esta forma es posible distinguir tipos de docentes, estilos de enseñanza. De igual modo se puede hablar de la desigual distribución del saber acerca de- lo que llamamos conocimiento o, pretenciosamente,”Teoría”-: existen diferentes niveles de dominio, de competencias acerca de tipos de conocimientos diversos. En la distribución de los saberes unos se especializan más en los saberes teóricos, mientras que otros lo hacen en los prácticos. Esta forma de estar siempre de manera parcial en la cultura pedagógica nos quita perspectiva sobre el conjunto. La lectura de los sabios, de los apóstoles de la educación nos proporciona una especie de memoria sintética muy comprimida para tomar conciencia con mayor facilidad de alternativas o maneras de entender y de hacer la educación que aúnan en algunos casos una fórmula institucional de organizar la educación, una explicación coherente, un método adecuado y una finalidad positiva.
En cualquier caso, conviene subrayar que la lectura de estos textos siempre constituye objeto de aprendizaje. Cada lectura nos proporciona nuevas respuestas y nos suscita nuevas preguntas. En definitiva, aviva el debate y nos ayuda a repensar continuamente el sentido de la escuela. Es como si la melodía de estos textos clásicos incorporase en cada nuevo encuentro con ellos un nuevo arreglo en torno al dulce sonido de la infancia.
III.
(...)
Yo comencé a impartir clases a la edad de 17 años en un colegio de Nueva creación en Cuba, como profesor de Dibujo Técnico y electrotecnia. Mi experiencia anterior en el Mundo del magisterio era nula, no tenía ninguna idea de lo que era impartir una clase. Mi único capital para enfrentar esta nueva experiencia como educador de secundaria, fueron dos horas de clases personales un día antes de comenzar mi labor, con un maestro de larga experiencia, portador de ese conocimiento popular o cotidiano en el quehacer educativo. Llegué a este maestro recomendado por mis vecinos.
Lo primero que el profesor Rodolfo me dijo fue lo siguiente: Debes tener claro la Temática y objetivos a impartir en clases, lo segundo, no debes alzar nunca la voz y gritar en clases para reprender a tus alumnos, y al final de la clase, debes borrar la pizarra, esto es trabajo tuyo no de los estudiantes. Esta pequeña clase metodológica, si así se le pudiera llamar, era todo lo que conocía para enfrentar a este nuevo Mundo del Magisterio. Fue el primer trabajo en mi vida laboral, estaba espantado, pero era un llamado de la revolución Cubana, por la escasez de profesores que existía en el País en aquel momento. También tenía la posibilidad de alistarme al Servicio Militar General con Misión Internacionalista a Angola o Etiopía, por estar en la edad de reservista, pero elegí el Magisterio. Lo increíble de todo esto era que las clases funcionaban a las mil maravillas. Tenia cuatro paralelos, cada uno con cuarenta alumnos, y en estas clases reinaba un ambiente que aun siendo activo, resultaba tranquilo y transmitía una gran serenidad.
En este primer año de trabajo me preguntaba ¿por qué los estudiantes me respetaban y querían a pesar de mi corta edad y poca experiencia, y a los otros profesores incluso de más experiencia, con excelente escuela de Pedagogía, no? ¿Por qué el Director de la escuela me llamaba para que tranquilizara, sólo con mi presencia, a todo un matutino de más de 150 estudiantes, que él, con más de treinta años de hacer Educación no podía controlar? Imagínense con 17 años tratar de responder estas preguntas. Trabajé en esta escuela secundaria por un período de un año, terminando con muy buenos resultados. Aún así, seguía pensando que debía regresar a mi especialidad de origen, y apliqué a una beca a Checoslovaquia para estudiar Termoenergética. Allí estuve diez años, estudiando y trabajando en todo menos en mi especialidad. Para no hacer más larga la historia confieso que después de haber dudado durante 20 años, regresé a donde comenzó mi carrera profesional: al Magisterio.
(...) El profesor puede entrar al aula , pero de lo que estoy seguro es de que no podrá enseñar, entrenar, instruir y mucho menos orientar y comprender a los educandos a menos que cuente con este añadido. No sé si es o no innato ni me interesa cuestionarlo, lo que sí sé es que los portadores de este Don o Ángel tienen licencia para articular y funcionar con los estudiantes y dejar su huella personal en ellos. Creo que algo de esto me ayudó, aparte de la flexibilidad y tolerancia que tuvieron los estudiantes conmigo, así como el conocimiento que tenía de la materia, para que todo se confabulara y aconteciera acertadamente en mi clase de profesor inexperto de 17 años. Hoy al parecer me sigue ocurriendo lo mismo, me sigo dejando poseer por aquello que disuelve esa dualidad entre sujeto y objeto, entre maestro y discípulo, y la sensación de confabulación es tan grande, que la verdadera conexión entre discente y docente se da de manera asombrosa; es un especie de seducción donde ambos se encuentran a gusto. No hay resistencia, nadie lucha contra el otro, sólo se experimenta una especie de integración al conjunto. Los estudiantes son conscientes de la diferencia de posición entre ellos y los profesores, y llegan a apreciar que es más sencillo y divertido colaborar con ellos, lo cual a su vez, les ayuda a hacer más interesante sus experiencias. Esta experiencia no sólo comienza en una clase de cincuenta minutos, sino todo lo contrario, fuera de ella. Si se da ese hilo conductor entre ambos el estudiante seguirá buscando al maestro y le contará todos sus problemas, incluso los más íntimos, y ahí justo es donde siento que debemos hacer nuestra labor real como educadores y mentores; orientar al educando. Esto es lo que más necesitan. Fuera de todo lo sistemático, lo epistemológico; piden lecciones de vida. Giner decía: Lo más importante es la vida. Aprender es vivir y vivir es aprender. Aquí es donde continua la verdadera clase, de horas, días, semanas, meses y años, de encuentros prolongados, incluso después de graduarse siguen las conversaciones vía e-mail o llamadas a larga distancia desde China, Inglaterra etc. Esta relación se logra con el estudiante, cuando se ha suprimido esa barrera de hielo que aislaba y hacía imposible toda intimidad con el discípulo, entonces, es donde comprendemos que nuestro cometido no es sólo impartir clases, sino que nuestra labor va mucho más allá que la mera instrucción, que no está supeditada a un currículo estático ni a una estructura rígida, lo que hace que en algunos casos el profesor termine desempeñando el papel de padre o madre adoptiva/o. Coincido plenamente con John Dewey cuando decía: que la escuela no es, pues, un lugar de preparación para la vida posterior, sino que es en sí misma un lugar de vida. . .Ello presupone una estructuración previa que cumpla al menos las condiciones de ser una representación simplificada de la complejidad social, excluir de su estructura los rasgos negativos existentes en la sociedad de referencia, y superar las barreras sociales que acompañan al estudiante desde su nacimiento. Esto no es labor de dos o cuatro años sino de toda la vida. El maestro que se siente plenamente comprometido con sus educandos no terminará jamás con ellos, como decía Confucio, hasta que caiga la tapa del ataúd. Esa pasión y comprensión por el estudiante es lo que me permite incursionar por los laberintos de su mente, para enfrentar toda su problemática; existencial, emocional, espiritual e incluso material, y a través del tanteo permanente, tal y como uno hace con sus propios hijos, abrir el camino que nos permita encontrar soluciones a los problemas y penalidades de la vida, y que finalmente puedan comprender cuál es la verdadera satisfacción de la vida.
IV.
Otro aspecto de vital importancia como educador es predicar con el ejemplo. Uno de mis estudiantes me contaba con relación a mi desempeño que aún no veía mis defectos. Me sonreí y le respondí que como educador no pertenezco al Olimpo Pedagógico donde están los Dioses inmortales e inmaculados. Como mortal tengo mis defectos mis sombras, mis demonios, con los que convivo hasta comprender cuando poder despojarme de ellos. Es cierto que también tengo mis propios dioses, diosas y algún que otro demonio, los que respeto, repudio o a los que acudo como fuente de inspiración.
El punto de partida de mi clase es el de mi propia conciencia. Lo ideal, creía Giner, es que el profesor no tenga otro criterio que el de su propia conciencia. . . Freinet decia: No hay redención de los de demás si, al mismo tiempo, no hay redención de uno mismo. Todo lo contrario sería engañar a los estudiantes y los más penoso engañarse a uno mismo. El Profesor debe enseñar a partir de su realidad, de sus problemas errores, conflictos y no aparecer como un ejemplo inmóvil. Aunque imparto clases de Filosofía Oriental, no me considero un místico ni contemplativo sino que trato de orientarme hacia lo práctico, a la acción como reflejo de mi trayectoria humana. Tiendo más a lo formativo que informativo, es decir, a educar que instruir, a dar a la educación un sentido ético y trascendente. Considero esta alternativa como la más apropiada para formar un grupo de individuos útiles, prácticos y activos.
V.
Otro aspecto que considero decisivo en mis clases es la libertad, pero no se trata de una libertad abstracta sino la libertad de un estudiante que limita con la libertad de los demás.
Neill decía: que la educación debe tener como finalidad última la libertad y la felicidad de las personas. Los estudiantes son protagonistas de su aprendizaje, no tenemos ningún derecho al dogma, nosotros mostramos caminos y el estudiante es libre para escogerlos, su único límite, como mencionamos anteriormente, es la libertad de los demás.
Me angustia escuchar de mis estudiantes que tienen clases estresantes, que no se divierten, y que llegan a tener la sensación de que al profesor le place tenerlos en esa tensión innecesaria. Me refiero a excelentes estudiantes, inquietos, que se respetan, que incluso me han dicho, que esperan con ansias las vacaciones para repetir con más tranquilidad y gusto proyectos que han tenido que entregar en tiempo record a sus profesores.
Los profesores tenemos que crear un ambiente apropiado para cultivar la atención, la voluntad, la inteligencia, la inmaginación creativa, sin olvidar la educación moral.
Nuestra propuesta educativa se debe centrar en el estudiante, no exclusivamente en la acumulación de conocimientos académicos. Hoy por hoy tenemos la necesidad de Educar atendiendo al desarrollo personal completo que no contempla la educación como mera instrucción.
Nuestra preocupación educativa se debe dirigir hacia aquellas cosas útiles en nuestra vida y, sobre todo, que despiertan nuestro interés. Como decía Ferrer: dejarles buscar libremente la satisfacción de sus necesidades físicas, intelectuales y morales, en lugar de imponerles pensamientos hechos, una forma de ver el Mundo, un Corsé Mental, una ideología conformista y legitimadora de la injusticia.
La otra vertiente de libertad a la que me quiero referir no es un principio de raíz social o política, sino una condición indispensable para el desarrollo de la vida ; es decir, de las manifestaciones espontáneas. Freinet propone la expresión libre de los educandos no sólo como elemento presente en todas sus técnicas, sino como la base misma del modelo de enseñanza. . .actuar con los educandos a partir de lo que son; sencillamente, partir del educando. Enseñarles, como decía Milani: cómo hay que ser por encima de cómo hay que hacer. Es necesario ejercitar al educando en la continua práctica de la espontánea y libre expresión de pensamiento, práctica tan olvidada entre nosotros.
Es necesario rescatar lo mejor del Siglo XX en el Mundo de la Educación Occidental , considerado por Ellen Key como el “Siglo de la Infancia”, muy a tono con el espíritu del pensamiento Chino.
La infancia es considerada por Lao Tsé como un modo de volver a nuestro estado natural. El regreso a la infancia sugiere aquí, no la inocencia, sino el origen perdido. Unos de mis estudiantes de filosofía oriental me decía: algo hemos perdido en el camino; y preguntaba: ¿qué hacer para poder rescatarlo? La respuesta fue: regresar a esa infancia u origen perdido, reintegrarnos a todo lo más genuino, auténtico y natural de nuestras manifestaciones, en una palabra; regresar al TAO.
El principio de cooperación es otro elemento permanente en mi clase. Los estudiantes al inicio de clase ponen mucha resistencia a trabajar en grupo, no quieren salir de su burbuja y mucho menos confrontar sus conocimientos y cooperar con los otros. Al profesor le toca realizar actividades de integración extracurriculares; salidas de campo, salir a cenar o cocinar en grupo, actividades bailables etc. hasta lograr que se conozcan y se integren en un solo grupo. De esta forma el estudiante siente que pertenece a una institución viva, que parte de ellos mismos, de su realidad y el sentimiento de pertenencia a una comunidad propia el sentimiento de pertenecer a un grupo cuya base es el principio de cooperación. Estas situaciones de participación colectivas son sumamente enriquecedoras tanto para el grupo como para cada individuo en particular, porque permite a los educandos crecer y aprender gracias a la contribución de todos los integrantes del grupo.
Para Makarenko el educador es quien crea y organiza la colectividad, pero esta es la que realmente educa al individuo. Este principio de cooperación quizás sea conveniente para equilibrar los extremos opuestos que aparecen en la educación generalizada de hoy. Va bien una dosis de sentido de colectividad en el individualismo hipertrofiado en que vive nuestra sociedad.
Pese a todo lo dicho, como educadores tenemos un gran reto por delante. Debemos seguir alentando la esperanza por la educación sin caer en la ilusión excesiva en la escuela y la educación formal de Ferrer. Ya sabemos que ni la política, ni la religión van a salvar la humanidad.
Hoy vivimos en un Mundo de gran ausencia de valores morales y espirituales nos queda sólo apostar a la educación para modificar este estado de cosas. F. Giner era consciente que el cambio social a través de la Educación era un proceso lento, pero se preguntaba si existía otro más veloz. Esto me recuerda una frase de Lao Tsé que dice: Todo camino de cien millas comienza en un solo paso. El educador debe sentirse altamente comprometido con la educación y sus esfuerzos deben estar encaminados a dar este primer paso: entender cómo aprendemos.
BIBLIOGRAFÍA
1.Pedagogías del siglo XX, Editorial Cisspraxis, S.A, Barcelona 2000
2. Bobbio, Norberto. De senectute. Editorial Taurus, 1998.
3. Swami Nityabodhananda, Actualidad de los Upanishads.
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