lunes, 29 de septiembre de 2008

OCTAVIO PAZ

Octavio Paz (Mixcoac, México, 1914-1998 ) declaró en varias ocasiones que uno de los primeros poetas modernos que leyó fue aT. S. Eliot, quien le abrió las puertas de la poesía moderna, junto con Rainer Maria RilkeGuillaume ApollinaireLuis Cernuda yPablo Neruda. Eliot le habría mostrado la vía de reconciliación entre el mundo moderno y la tradición, enseñándole que el pasado está en el presente, el eterno ahora, donde en un instante confluyen ayer y mañana.

Nieto del escritor Ireneo Paz, hizo estudios de leyes y filosofía y letras en la Universidad Nacional de México, pero desde muy joven publicó sus trabajos en revistas y periódicos literarios. En 1936 se trasladó a España para combatir en el bando republicano y participó en la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Al regresar a México fue uno de los fundadores de Taller (1938 ) y El Hijo Pródigo. Amplió sus estudios en Estados Unidos en 1944-1945, y concluida la Segunda Guerra Mundial, recibió una beca Guggenheim, para, más tarde, ingresar en el Servicio Exterior mexicano, al cual renunció en 1968 como protesta contra la política del gobierno ante el movimiento estudiantil. Fue director de la Plural y, después, fundador y director, hasta su muerte, de Vuelta.

laberinto.jpgDurante su vida en París fue influenciado por el Surrealismo, donde encontró un camino para la negación de la cultura occidental que buscaba afanosamente al escribir El laberinto de la soledad:independencia de los sistemas políticos y de las ideologías. El Surrealismo abolió la realidad opresiva de una sociedad decadente que se creía única y verdadera, y permitió expresar las tendencias más ocultas del ser y la historia mediante la imaginación y la poesía. En El amor loco de André Breton El matrimonio del cielo y el infierno de William Blake, descubrió la identidad que existe entre el amado y la naturaleza: las palabras, las frases, las sílabas y los astros que giran alrededor de ese centro móvil y fijo que son dos cuerpos que se aman y terminan por cubrir la página donde se escribe, donde por la existencia del amor existe el poema. El Surrealismo confirmó su creencia en la eternidad del arte, que sobrevive a los imperios, a los partidos, a los dioses, y que sin servir a nada ni a nadie, es la libertad misma porque el hombre se crea y se conquista con su ejercicio, acto irrepetible, único y total. Paz se halló entonces en el centro de un mundo que siempre había buscado con angustia: el erotismo y su otro rostro, el amor. Erotismo que es el alma del lenguaje, su espina dorsal, porque es, como éste y aquel, invención, imaginación social, relación con el otro. Erotismo y religión: la atracción por la Otra y por lo Otro.

Piedra de Sol, es uno de los poemas más notables del siglo XX. No hay duda que debe mucho al Surrealismo, y aunque se burle de las abstracciones, en él subsisten rasgos de los orígenes metafísicos del poeta. Es un poema al planeta Venus, cuyos 584 días cíclicos están representados por sus 584 endecasílabos. Venus es la Estrella de la Mañana (Phosphorus o Lucifer) y la Estrella de la Tarde (Hesperus o Vésper), y según la mitología Náhuatl, Ehécatl, una de las encarnaciones de Quetzalcóatl, símbolo del sol y el agua. “Asociado a la Luna, a la humedad, al agua, a la vegetación naciente, a la muerte y resurrección de la naturaleza”, -anota Paz en la nota que puso a la primera edición- “ para los antiguos mediterráneos el planeta Venus era un nudo de imágenes y fuerzas ambivalente: Istar, la Dama del Sol, la Piedra Cónica, la Piedra sin Labrar (que recuerda al pedazo de madera sin pulir del taoísmo), Afrodita, la cuádruple Venus de Cicerón, la doble diosa de Pausanias, etc”.

Es un poema de reconciliación entre la noche y el día, el amor y la guerra, el sueño y la memoria, el silencio y el discurso: Una voz cae a través del tiempo y el espacio, busca contactos, los despojos cósmicos de las catástrofes históricas flotan. El amor surge como la única salvación posible: el deseo de poder encarnar en el presente, donde la carne, saciándose, pueda dar orden momentáneo al caos. Mujer y mundo se hacen un solo cuerpo para que quien habla o lee recoja sus fragmentos de vida y avance ya sin cuerpo, a tientas por otros mundos que no son su memoria. Entonces el espacio detiene el viaje. Paz desciende y recuerda una visión a las cinco de la tarde, con el sol sobre los muros de piedra volcánica de que están hechos los edificios coloniales mexicanos, cuando las jóvenes abandonaban el colegio:

busco una fecha viva como un pájaro,
busco el sol de las cinco de la tarde
templado por los muros del tezontle:
la hora maduraba sus racimos
y al abrirse salían las muchachas
de su entraña rosada y se esparcían
por los patios de piedra del colegio,
alta como el otoño caminaba
envuelta por la luz bajo la arcada
y el espacio al ceñirla la vestía
de una piel más dorada y transparente,

paz-portada20061130.jpgy olvidando el nombre de la muchacha, el poeta canta a la mujer en una serie de letanías metáforas. Luego recorre lugares concretos de México y Berkeley e ingresa en uno de los pasajes más citados del poema, una escena de la guerra Civil Española: el bombardeo sobre la Plaza del Ángel, en Madrid en 1937, donde el amor, nuevamente, permite encontrar la identidad perdida, derrumbando alambradas y rejas, destruyendo a aquellos que se han hecho escorpiones, tiburones, tigres y cerdos para el hombre. La pasión, la locura de amor, el suicidio de quienes aman, el adulterio, el incesto, la ferocidad amatoria, la sodomía, etc., son preferibles a la enajenación y a la aceptación de una sociedad que nos arruina:

amar es combatir, si dos se besan
el mundo cambia, encarnan los deseos,
el pensamiento encarna, brotan alas
en las espaldas del esclavo, el mundo 
es real y tangible, el vino es vino,
el pan vuelve a saber, el agua es agua,
amar es combatir, es abrir puertas,
dejar de ser fantasma con un número
a perpetua cadena condenado
por un amo sin rostro;

En el poema la violencia y el sacrificio son ofrendas a dioses hambrientos y exigentes. Las mitologías cristiana y azteca brindan el escenario, pero da también cuerpo a figuras como Abraham LincolnMoctezumaLeón Trotsky y Francisco Madero, asesinados en la búsqueda del bien. Incapaz de lograr la totalidad ansiada, la voz vive en el deseo y la nostalgia por lo sagrado que brevemente se revela en las antiguas ruinas de las religiones o en los cuerpos donde el amor tiembla omnipresente, concluyendo:

-¿la vida, cuándo fue de veras nuestra?,
¿cuándo somos de veras lo que somos?, 
bien mirado no somos, nunca somos
a solas sino vértigo y vacío,
muecas en el espejo, horror y vómito,
nunca la vida es nuestra, es de los otros,
la vida no es de nadie, todos somos
la vida -pan de sol para los otros,
los otros todos que nosotros somos-,
soy otro cuando soy, los actos míos
son más míos si son también de todos, 
para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia,
no soy, no hay yo, siempre somos nosotros,
la vida es otra, siempre allá, más lejos,
fuera de ti, de mí, siempre horizonte,
vida que nos desvive y enajena,
que nos inventa un rostro y lo desgasta,
hambre de ser, oh muerte, pan de todos,

Algunas de las ideas poéticas de Paz fueron consignadas en El arco y la lira. Uno de sus más fascinantes capítulos es La otra orilla. Esta frase metafórica, dice Paz, aparece frecuentemente en los escritos de algunos maestros budistas. El salto mortal mediante el cual alcanzamos la otra orilla, explica, debe considerarse como la experiencia central del budismo Zen. Pero no sólo de éste. Para el cristianismo, bautizar, comulgar y los varios ritos de iniciación, no son cosa distinta que un tránsito destinado a hacernos cambiar, a hacernos otros, como sucede con los tabús primitivos, sagradas regiones más allá del mundo material o la esfera hacia donde aspira llegar Juan de la Cruz, tierras de mito, arquetipos y leyendas donde el hombre trataba de alcánzar la realidad mediante el rito y el encantamiento, o mejor, donde cada hombre quiere encontrarse con su doble, su otro. Ese es el significado de la experiencia religiosa, del amor físico y las visiones poéticas que nos permiten ocasionalmente llegar hasta la otra orilla: tierra nostálgica de reunión con lo Otro. Para Paz las experiencias eróticas son la llave para realizar esta mística unión y descubrir “que el ser una ilusión, una suma de sensaciones, pensamientos y deseos” como sostiene el budismo. Es pues, la doctrina de un poeta místico con un fuerte sentido del tiempo, de la muerte y la nada, una desesperanza muy parecida a la de Eliot en La tierra baldía, y que como aquel buscó lo absoluto más allá del poder, a través del amor, el arte, la humanidad, México y Dios.

“Paz” -escribió Claude Lévi-Strauss- “fue un espíritu universal, tal como aquellos que existieron en la Edad Media y en el Renacimiento, y que probablemente no volveremos a encontrar jamás”.

Harold Alvarado Tenorio, director de la revista colombiana de poesía Arquitrave

 

 

Acabar con todo

Dame, llama invisible, espada fría, 
tu persistente cólera,
 
para acabar con todo,
 
oh mundo seco,
 
oh mundo desangrado,
 
para acabar con todo.
 

Arde, sombrío, arde sin llamas,
 
apagado y ardiente,
 
ceniza y piedra viva,
 
desierto sin orillas.
 

Arde en el vasto cielo, laja y nube,
 
bajo la ciega luz que se desploma
 
entre estériles peñas.
 

Arde en la soledad que nos deshace,
 
tierra de piedra ardiente,
 
de raíces heladas y sedientas.
 

Arde, furor oculto,
 
ceniza que enloquece,
 
arde invisible, arde
 
como el mar impotente engendra nubes,
 
olas como el rencor y espumas pétreas.
 
Entre mis huesos delirantes, arde;
 
arde dentro del aire hueco,
 
horno invisible y puro;
 
arde como arde el tiempo,
 
como camina el tiempo entre la muerte,
 
con sus mismas pisadas y su aliento;
 
arde como la soledad que te devora,
 
arde en ti mismo, ardor sin llama,
 
soledad sin imagen, sed sin labios.
 
Para acabar con todo,
 
oh mundo seco,
 
para acabar con todo.




 

 

 

 

 

Dos cuerpos

Dos cuerpos frente a frente 
son a veces dos olas
 
y la noche es océano.
 

Dos cuerpos frente a frente
 
son a veces dos piedras
 
y la noche desierto.
 

Dos cuerpos frente a frente
 
son a veces raíces
 
en la noche enlazadas.
 

Dos cuerpos frente a frente
 
son a veces navajas
 
y la noche relámpago.
 

Dos cuerpos frente a frente
 
son dos astros que caen
 
en un cielo vacío.



El cántaro roto

La mirada interior se despliega y un mundo de vértigo y llama nace bajo la frente del que sueña: 
soles azules, verdes remolinos, picos de luz que abren astros como granadas, 
tornasol solitario, ojo de oro girando en el centro de una explanada calcinada, 
bosques de cristal de sonido, bosques de ecos y respuestas y ondas, diálogo de transparencias, 
¡viento, galope de agua entre los muros interminables de una garganta de azabache, 
caballo, cometa, cohete que se clava justo en el corazón de la noche, plumas, surtidores, 
plumas, súbito florecer de las antorchas, velas, alas, invasión de lo blanco, 
pájaros de las islas cantando bajo la frente del que sueña! 

Abrí los ojos, los alcé hasta el cielo y vi cómo la noche se cubría de estrellas. 
¡Islas vivas, brazaletes de islas llameantes, piedras ardiendo, respirando, racimos de piedras vivas, 
cuánta fuente, qué claridades, qué cabelleras sobre una espalda oscura, 
cuánto río allá arriba, y ese sonar remoto de agua junto al fuego, de luz contra la sombra! 
Harpas, jardines de harpas. 

Pero a mi lado no había nadie. 
Sólo el llano: cactus, huizaches, piedras enormes que estallan bajo el sol. 
No cantaba el grillo, 
había un vago olor a cal y semillas quemadas, 
las calles del poblado eran arroyos secos 
y el aire se habría roto en mil pedazos si alguien hubiese gritado: ¿quién vive? 
Cerros pelados, volcán frío, piedra y jadeo bajo tanto esplendor, sequía, sabor de polvo, 
rumor de pies descalzos sobre el polvo, ¡y el pirú en medio del llano como un surtidor petrificado! 

Dime, sequía, dime, tierra quemada, tierra de huesos remolidos, dime, luna agónica, 
¿no hay agua, 
hay sólo sangre, sólo hay polvo, sólo pisadas de pies desnudos sobre la espina,
sólo andrajos y comida de insectos y sopor bajo el mediodía impío como un cacique de oro? 
¿No hay relinchos de caballos a la orilla del río, entre las grandes piedras redondas y relucientes, 
en el remanso, bajo la luz verde de las hojas y los gritos de los hombres y las mujeres bahándose al alba? 
El dios-maíz, el dios-flor, el dios-agua, el dios-sangre, la Virgen, 
¿todos se han muerto, se han ido, cántaros rotos al borde de la fuente cegada? 
¿Sólo está vivo el sapo, 
sólo reluce y brilla en la noche de México el sapo verduzco, 
sólo el cacique gordo de Cempoala es inmortal? 

Tendido al pie del divino árbol de jade regado con sangre, mientras dos esclavos jóvenes lo abanican, 
en los días de las grandes procesiones al frente del pueblo, apoyado en la cruz: arma y bastón, 
en traje de batalla, el esculpido rostro de silex aspirando como un incienso precioso el humo de los fusilamientos, 
los fines de semana en su casa blindada junto al mar, al lado de su querida cubierta de joyas de gas neón, 
¿sólo el sapo es inmortal? 

He aquí a la rabia verde y fría y a su cola de navajas y vidrio cortado, 
he aqui al perro y a su aullido sarnoso, 
al maguey taciturno, al nopal y al candelabro erizados, he aquí a la flor que sangra y hace sangrar, 
la flor de inexorable y tajante geometría como un delicado instrumento de tortura, 
he aquí a la noche de dientes largos y mirada filosa, la noche que desuella con un pedernal invisible, 
oye a los dientes chocar uno contra otro, 
oye a los huesos machacando a los huesos, 
al tambor de piel humana golpeado por el fémur, 
al tambor del pecho golpeado por el talón rabioso, 
al tam-tam de los tímpanos golpeados por el sol delirante, 
he aqui al polvo que se levanta como un rey amarillo y todo lo descuaja y danza solitario y se derrumba 
como un árbol al que de pronto se le han secado las raíces, como una torre que cae de un solo tajo, 
he aquí al hombre que cae y se levanta y come polvo y se arrastra, 
al insecto humano que perfora la piedra y perfora los siglos y carcome la luz, 
he aquí a la piedra rota, al hombre roto, a la luz rota. 

¿Abrir los ojos o cerrarlos, todo es igual? 
Castillos interiores que incendia el pensamiento porque otro más puro se levante, sólo fulgor y llama, 
semilla de la imagen que crece hasta ser árbol y hace estallar el cráneo, 
palabra que busca unos labios que la digan, 
sobre la antigua fuente humana cayeron grandes piedras, 
hay siglos de piedras, años de losas, minutos espesores sobre la fuente humana. 

Dime, sequía, piedra pulida por el tiempo sin dientes, por el hambre sin dientes, 
polvo molido por dientes que son siglos, por siglos que son hambres, 
dime, cántaro roto caído en el polvo, dime, 
¿la luz nace frotando hueso contra hueso, hombre contra hombre, hambre contra hambre, 
hasta que surja al fin la chispa, el grito, la palabra, 
hasta que brote al fin el agua y crezca el árbol de anchas hojas de turquesa? 

Hay que dormir con los ojos abiertos, hay que soñar con las manos, 
soñemos sueños activos de río buscando su cauce, sueños de sol soñando sus mundos, 
hay que soñar en voz alta, hay que cantar hasta que el canto eche raíces, tronco, ramas, pájaros, astros, 
cantar hasta que el sueño engendre y brote del costado del dormido la espiga roja de la resurrección, 
el agua de la mujer, el manantial para beber y mirarse y reconocerse y recobrarse, 
el manantial para saberse hombre, el agua que habla a solas en la noche y nos llama con nuestro nombre, 
el manantial de las palabras para decir yo, tú, él, nosotros, bajo el gran árbol viviente estatua de la lluvia, 
para decir los pronombres hermosos y reconocernos y ser fieles a nuestros nombres 
hay que soñar hacia atrás, hacia la fuente, hay que remar siglos arriba, 
más allá de la infancia, más allá del comienzo, más allá de las aguas del bautismo, 
echar abajo las paredes entre el hombre y el hombre, juntar de nuevo lo que fue separado, 
vida y muerte no son mundos contrarios, somos un solo tallo con dos flores gemelas, 
hay que desenterrar la palabra perdida, soñar hacia dentro y también hacia afuera, 
descifrar el tatuaje de la noche y mirar cara a cara al mediodía y arrancarle su máscara, 
bañarse en luz solar y comer los frutos nocturnos, deletrear la escritura del astro y la del río, 
recordar lo que dicen la sangre y la marea, la tierra y el cuerpo, volver al punto de partida, 
ni adentro ni afuera, ni arriba ni abajo, al cruce de caminos, adonde empiezan los caminos, 
porque la luz canta con un rumor de agua, con un rumor de follaje canta el agua
y el alba está cargada de frutos, el día y la noche reconciliados fluyen como un río manso, 
el día y la noche se acarician largamente como un hombre y una mujer enamorados, 
como un solo río interminable bajo arcos de siglos fluyen las estaciones y los hombres, 
hacia allá, al centro vivo del origen, más allá de fin y comienzo.

El desconocido

La noche nace en espejos de luto. 
Sombríos ramos húmedos
 
ciñen su pecho y su cintura,
 
su cuerpo azul, infinito y tangible.
 
No la puebla el silencio: rumores silenciosos,
 
peces fantasmas, se deslizan, fosforecen, huyen.
 
La noche es verde, vasta y silenciosa.
 
La noche es morada y azul.
 
Es de fuego y es de agua.
 
La noche es de mármol negro y de humo.
 
En sus hombros nace un río que se curva,
 
una silenciosa cascada de plumas negras.
 

La noche es un beso infinito de las tinieblas infinitas.
 
Todo se funde en ese beso,
 
todo arde en esos labios sin límites,
 
y el nombre y la memoria
 
son un poco de ceniza y olvido
 
en esa entraña que sueña.
 

Noche, dulce fiera,
 
boca de sueño, ojos de llama fija y ávida,
 
océano,
 
extensión infinita y limitada como un cuerpo acariciado a oscuras,
 
indefensa y voraz como el amor,
 
detenida al borde del alba como un venado a la orilla del susurro o del miedo,
 
río de terciopelo y ceguera,
 
respiración dormida de un corazón inmenso, que perdona:
 
el desdichado, el hueco,
 
el que lleva por máscara su rostro,
 
cruza tus soledades, a solas con su alma.
 

Tu silencio lo llama,
 
rozan su piel tus alas negras,
 
donde late el olvido sin fronteras,
 
mas él cierra los poros de su alma
 
al infinito que lo tienta,
 
ensimismado en su árida pelea.
 

Nadie lo sigue, nadie lo acompaña.
 
En su boca elocuente la mentira se anida,
 
su corazón está poblado de fantasmas
 
y el vacío hace desiertos los latidos de su pecho.
 
Dos perros amarillos, hastío y avidez, disputan en su alma.
 
Su pensamiento recorre siempre las mismas salas deshabitadas,
 
sin encontrar jamás la forma que agote su impaciencia,
 
el muro del perdón o de la muerte.
 
Pero su corazón aún abre las alas
 
como un águila roja en el desierto.
 

Suenan las flautas de la noche.
 
El mundo duerme y canta.
 
Canta dormido el mar;
 
ojo que tiembla absorto,
 
el cielo es un espejo donde el mundo se contempla,
 
lecho de transparencia para su desnudez.
 

Él marcha solo, infatigable,
 
encarcelado en su infinito,
 
como un solitario pensamiento,
 
como un fantasma que buscara un cuerpo.




El pájaro

Un silencio de aire, luz y cielo. 
En el silencio transparente
 
el día reposaba:
 
la transparencia del espacio
 
era la transparencia del silencio.
 
La inmóvil luz del cielo sosegaba
 
el crecimiento de las yerbas.
 
Los bichos de la tierra, entre las piedras,
 
bajo la luz idéntica, eran piedras.
 
El tiempo en el minuto se saciaba.
 
En la quietud absorta
 
se consumaba el mediodía.
 

Y un pájaro cantó, delgada flecha.
 
Pecho de plata herido vibró el cielo,
 
se movieron las hojas,
 
las yerbas despertaron...
 
Y sentí que la muerte era una flecha
 
que no se sabe quién dispara
 
y en un abrir los ojos nos morimos.



Elegía interrumpida

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa. 
Al primer muerto nunca lo olvidamos,
 
aunque muera de rayo, tan aprisa
 
que no alcance la cama ni los óleos.
 
Oigo el bastón que duda en un peldaño,
 
el cuerpo que se afianza en un suspiro,
 
la puerta que se abre, el muerto que entra.
 
De una puerta a morir hay poco espacio
 
y apenas queda tiempo de sentarse,
 
alzar la cara, ver la hora
 
y enterarse: las ocho y cuarto.
 

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
 
La que murió noche tras noche
 
y era una larga despedida,
 
un tren que nunca parte, su agonía.
 
Codicia de la boca
 
al hilo de un suspiro suspendida,
 
ojos que no se cierran y hacen señas
 
y vagan de la lámpara a mis ojos,
 
fija mirada que se abraza a otra,
 
ajena, que se asfixia en el abrazo
 
y al fin se escapa y ve desde la orilla
 
cómo se hunde y pierde cuerpo el alma
 
y no encuentra unos ojos a que asirse...
 
¿Y me invitó a morir esa mirada?
 
Quizá morimos sólo porque nadie
 
quiere morirs
e con nosotros, nadie
 
quiere mirarnos a los ojos.
 

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
 
Al que se fue por unas horas
 
y nadie sabe en qué silencio entró.
 
De sobremesa, cada noche,
 
la pausa sin color que da al vacío
 
o la frase sin fin que cuelga a medias
 
del hilo de la araña del silencio
 
abren un corredor para el que vuelve:
 
suenan sus pasos, sube, se detiene...
 
Y alguien entre nosotros se levanta
 
y cierra bien la puerta.
 
Pero él, allá del otro lado, insiste.
 
Acecha en cada hueco, en los repliegues,
 
vaga entre los bostezos, las afueras.
 
Aunque cerremos puertas, él insiste.
 

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
 
Rostros perdidos en mi frente, rostros
 
sin ojos, ojos fijos, vaciados,
 
¿busco en ellos acaso mi secreto,
 
el dios de sangre que mi sangre mueve,
 
el dios de yelo, el dios que me devora?
 
Su silencio es espejo de mi vida,
 
en mi vida su muerte se prolonga:
 
soy el error final de sus errores.
 

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
 
El pensamiento disipado, el acto
 
disipado, los nombres esparcidos
 
(lagunas, zonas nulas, hoyos
 
que escarba terca la memoria),
 
la dispersión de los encuentros,
 
el yo, su guiño abstracto, compartido
 
siempre por otro (el mismo) yo, las iras,
 
el deseo y sus máscaras, la víbora
 
enterrada, las lentas erosiones,
 
la espera, el miedo, el acto
 
y su reverso: en mí se obstinan,
 
piden comer el pan, la fruta, el cuerpo,
 
beber el agua que les fue negada.
 
Pero no hay agua ya, todo está seco,
 
no sabe el pan, la fruta amarga,
 
amor domesticado, masticado,
 
en jaulas de barrotes invisibles
 
mono onanista y perra amaestrada,
 
lo que devoras te devora,
 
tu víctima también es tu verdugo.
 
Montón de días muertos, arrugados
 
periódicos, y noches descorchadas
 
y amaneceres, corbata, nudo corredizo:
 
"saluda al sol, araña, no seas rencorosa..."
 

Es un desierto circular el mundo,
 
el cielo está cerrado y el infierno vacío.


                                                                                                                      

 

La calle

 

Es una calle larga y silenciosa. 
Ando en tinieblas y tropiezo y caigo
 
y me levanto y piso con pies ciegos
 
las piedras mudas y las hojas secas
 
y alguien detrás de mí también las pisa:
 
si me detengo, se detiene;
 
si corro, corre. Vuelvo el rostro: nadie.
 
Todo está oscuro y sin salida,
 
y doy vueltas y vueltas en esquinas
 
que dan siempre a la calle
 
donde nadie me espera ni me sigue,
 
donde yo sigo a un hombre que tropieza
 
y se levanta y dice al verme: nadie.

 



La poesía

 

¿Por qué tocas mi pecho nuevamente? 
Llegas, silenciosa, secreta, armada, 
tal los guerreros a una ciudad dormida; 
quemas mi lengua con tus labios, pulpo, 
y despiertas los furores, los goces, 
y esta angustia sin fin 
que enciende lo que toca 
y engendra en cada cosa 
una avidez sombría. 

El mundo cede y se desploma 
como metal al fuego. 
Entre mis ruinas me levanto, 
solo, desnudo, despojado, 
sobre la roca inmensa del silencio, 
como un solitario combatiente 
contra invisibles huestes. 

Verdad abrasadora, 
¿a qué me empujas? 
No quiero tu verdad, 
tu insensata pregunta. 
¿A qué esta lucha estéril? 
No es el hombre criatura capaz de contenerte, 
avidez que sólo en la sed se sacia, 
llama que todos los labios consume, 
espíritu que no vive en ninguna forma 
mas hace arder todas las formas 
con un secreto fuego indestructible. 

Pero insistes, lágrima escarnecida, 
y alzas en mí tu imperio desolado. 

Subes desde lo más hondo de mí, 
desde el centro innombrable de mi ser, 
ejército, marea. 
Creces, tu sed me ahoga, 
expulsando, tiránica, 
aquello que no cede 
a tu espada frenética. 
Ya sólo tú me habitas, 
tú, sin nombre, furiosa sustancia, 
avidez subterránea, delirante. 

Golpean mi pecho tus fantasmas, 
despiertas a mi tacto, 
hielas mi frente 
y haces proféticos mis ojos. 

Percibo el mundo y te toco, 
sustancia intocable, 
unidad de mi alma y de mi cuerpo, 
y contemplo el combate que combato 
y mis bodas de tierra. 

Nublan mis ojos imágenes opuestas, 
y a las mismas imágenes 
otras, más profundas, las niegan, 
ardiente balbuceo, 
aguas que anega un agua más oculta y densa. 
En su húmeda tiniebla vida y muerte, 
quietud y movimiento, son lo mismo. 

Insiste, vencedora, 
porque tan sólo existo porque existes, 
y mi boca y mi lengua se formaron 
para decir tan sólo tu existencia 
y tus secretas sílabas, palabra 
impalpable y despótica, 
sustancia de mi alma. 

Eres tan sólo un sueño, 
pero en ti sueña el mundo 
y su mudez habla con tus palabras. 
Rozo al tocar tu pecho 
la eléctrica frontera de la vida, 
la tiniebla de sangre 
donde pacta la boca cruel y enamorada, 
ávida aún de destruir lo que ama 
y revivir lo que destruye, 
con el mundo, impasible 
y siempre idéntico a sí mismo, 
porque no se detiene en ninguna forma 
ni se demora sobre lo que engendra. 

Llévame, solitaria, 
llévame entre los sueños, 
llévame, madre mía, 
despiértame del todo, 
hazme soñar tu sueño, 
unta mis ojos con aceite, 
para que al conocerte me conozca.

Las palabras

Dales la vuelta, 
cógelas del rabo (chillen, putas), 
azótalas, 
dales azúcar en la boca a las rejegas, 
ínflalas, globos, pínchalas, 
sórbeles sangre y tuétanos, 
sécalas, 
cápalas, 
písalas, gallo galante, 
tuérceles el gaznate, cocinero, 
desplúmalas, 
destrípalas, toro, 
buey, arrástralas, 
hazlas, poeta, 
haz que se trague
n todas sus palabras.

Monólogo

 

Bajo las rotas columnas, 
entre la nada y el sueño,
 
cruzan mis horas insomnes
 
las sílabas de tu nombre.
 

Tu largo pelo rojizo,
 
relámpago del verano,
 
vibra con dulce violencia
 
en la espalda de la noche.
 

Corriente oscura del sueño
 
que mana entre rüinas
 
y te construye de nada:
 
amargas trenzas, olvido,
 
húmeda costa nocturna
 
donde se tiende y golpea
 
un mar sonámbulo, ciego.




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