viernes, 22 de mayo de 2009

S2 – II PARTE DEL PROGRAMA DE ESPAÑOL A1 - IB - 2009S2 -

Jorge Luis Borges

Cristo en la cruz. Los pies tocan la tierra.

Los tres maderos son de igual altura.

Cristo no está en el medio. Es el tercero.

La negra barba pende sobre el pecho.

El rostro no es el rostro de las láminas.

Es áspero y judío. No lo veo

y seguiré buscándolo hasta el día

último de mis pasos por la tierra.

El hombre quebrantado sufre y calla.

La corona de espinas lo lastima.

No lo alcanza la befa de la plebe

que ha visto su agonía tantas veces.

La suya o la de otro. Da lo mismo.

Cristo en la cruz. Desordenadamente

piensa en el reino que tal vez lo espera,

piensa en una mujer que no fue suya.

No le está dado ver la teología,

la indescifrable Trinidad, los gnósticos,

las catedrales, la navaja de Occam,

la púrpura, la mitra, la liturgia,

la conversión de Guthrum por la espada,

la Inquisición, la sangre de los mártires,

las atroces Cruzadas, Juana de Arco,

el Vaticano que bendice ejércitos.

Sabe que no es un dios y que es un hombre

que muere con el día. No le importa.

Le importa el duro hierro de los clavos.

No es un romano. No es un griego. Gime.

Nos ha dejado espléndidas metáforas

y una doctrina del perdón que puede

anular el pasado. (Esa sentencia

la escribió un irlandés en una cárcel.)

El alma busca el fin, apresurada.

Ha oscurecido un poco. Ya se ha muerto.

Anda una mosca por la carne quieta.

¿De qué puede servirme que aquel hombre

haya sufrido, si yo sufro ahora?

 

Arte poética

Mirar el río hecho de tiempo y agua

y recordar que el tiempo es otro río,

saber que nos perdemos como el río

y que los rostros pasan como el agua.

 

Sentir que la vigilia es otro sueño

que sueña no soñar y que la muerte

que teme nuestra carne es esa muerte

de cada noche, que se llama sueño.

 

Ver en el día o en el año un símbolo

de los días del hombre y de sus años,

convertir el ultraje de los años

en una música, un rumor y un símbolo,

 

ver en la muerte el sueño, en el ocaso

un triste oro, tal es la poesía

que es inmortal y pobre. La poesía

vuelve como la aurora y el ocaso.

 

A veces en las tardes una cara

nos mira desde el fondo de un espejo;

el arte debe ser como ese espejo

que nos revela nuestra propia cara.

 

Cuentan que Ulises, harto de prodigios,

lloró de amor al divisar su Itaca

verde y humilde. El arte es esa Itaca

de verde eternidad, no de prodigios.

 

También es como el río interminable

que pasa y queda y es cristal de un mismo

Heráclito inconstante, que es el mismo

y es otro, como el río interminable.

 

Edipo y el enigma

 

Cuadrúpedo en la aurora, alto en el día

y con tres pies errando por en vano

ámbito de la tarde, así veía

la eterna esfinge a su inconstante hermano,

 

el hombre, y con la tarde un hombre vino

que descifró aterrado en el espejo

de la monstruosa imagen, el reflejo

de su declinación y su destino.

 

Somos Edipo y de un eterno modo

la larga y triple bestia somos, todo

lo que seremos y lo que hemos sido.

 

Nos aniquilaría ver la ingente

forma de nuestro ser; piadosamente

Dios nos depara sucesión y olvido

 

Elegía de la patria

 

De hierro, no de oro, fue la aurora.

La forjaron un puerto y un desierto,

unos cuantos señores y el abierto

ámbito elemental de ayer y ahora.

 

Vino después la guerra con el godo.

Siempre el valor y siempre la victoria.

El Brasil y el tirano. Aquella historia

desenfrenada. El todo por el todo.

 

Cifras rojas de los aniversarios,

pompas del mármol, arduos monumentos,

pompas de la palabra, parlamentos,

 

centenarios y sesquicentenarios,

son la ceniza apenas, la soflama

de los vestigios de esa antigua llama.

 

Elogio de la sombra

 

La vejez (tal es el nombre que los otros le dan)

puede ser el tiempo de nuestra dicha.

El animal ha muerto o casi ha muerto.

Quedan el hombre y su alma.

Vivo entre formas luminosas y vagas

que no son aún la tiniebla.

Buenos Aires,

que antes se desgarraba en arrabales

hacia la llanura incesante,

ha vuelto a ser la Recoleta, el Retiro,

las borrosas calles del Once

y las precarias casas viejas

que aún llamamos el Sur.

Siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas;

Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar;

el tiempo ha sido mi Demócrito.

Esta penumbra es lenta y no duele;

fluye por un manso declive

y se parece a la eternidad.

Mis amigos no tienen cara,

las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años,

las esquinas pueden ser otras,

no hay letras en las páginas de los libros.

Todo esto debería atemorizarme,

pero es una dulzura, un regreso.

De las generaciones de los textos que hay en la tierra

sólo habré leído unos pocos,

los que sigo leyendo en la memoria,

leyendo y transformando.

Del Sur, del Este, del Oeste, del Norte,

convergen los caminos que me han traído

a mi secreto centro.

Esos caminos fueron ecos y pasos,

mujeres, hombres, agonías, resurrecciones,

días y noches,

entresueños y sueños,

cada ínfimo instante del ayer

y de los ayeres del mundo,

la firme espada del danés y la luna del persa,

los actos de los muertos,

el compartido amor, las palabras,

Emerson y la nieve y tantas cosas.

Ahora puedo olvidarlas. Llego a mi centro,

a mi álgebra y mi clave,

a mi espejo.

Pronto sabré quién soy.

 

Los Borges

 

Nada o muy poco sé de mis mayores

portugueses, los Borges: vaga gente

que prosigue en mi carne, oscuramente,

sus hábitos, rigores y temores.

 

Tenues como si nunca hubieran sido

y ajenos a los trámites del arte,

indescifrablemente forman parte

del tiempo, de la tierra y del olvido.

 

Mejor así. Cumplida la faena,

son Portugal, son la famosa gente

que forzó las murallas del Oriente

 

y se dio al mar y al otro mar de arena.

Son el rey que en el místico desierto

se perdió y el que jura que no ha muerto.

 

El sueño

 

Si el sueño fuera (como dicen) una

tregua, un puro reposo de la mente,

¿por qué, si te despiertan bruscamente,

sientes que te han robado una fortuna?

 

¿Por qué es tan triste madrugar? La hora

nos despoja de un don inconcebible,

tan íntimo que sólo es traducible

en un sopor que la vigilia dora

 

de sueños, que bien pueden ser reflejos

truncos de los tesoros de la sombra,

de un orbe intemporal que no se nombra

 

y que el día deforma en sus espejos.

¿Quién serás esta noche en el oscuro

sueño, del otro lado de su muro?

 

Quince monedas

A Alicia Jurado

 

Un poeta oriental

 

Durante cien otoños he mirado

tu tenue disco.

Durante cien otoños he mirado

tu arco sobre las islas.

Durante cien otoños mis labios

no han sido menos silenciosos.

 

El desierto

 

El espacio sin tiempo.

La luna es del color de la arena.

Ahora, precisamente ahora,

mueren los hombres del Metauro y de Tannenberg.

 

LLueve

 

¿En qué ayer, en qué patios de Cartago,

cae también la lluvia?

 

Asterión

 

El año me tributa mi pasto de hombres

y en la cisterna hay agua.

En mí se anudan los caminos de piedra.

¿De qué puedo quejarme?

En los atardeceres

me pesa un poco la cabeza de toro.

 

Un poeta menor

 

La meta es el olvido.

Yo he llegado antes.

 

Génesis, IV, 8

 

Fue en el primer desierto.

Dos brazos arrojaron una gran piedra.

No hubo un grito. Hubo sangre.

Hubo por vez primera la muerte.

Ya no recuerdo si fui Abel o Caín.

 

Nortumbria, 900 A.D.

 

Que antes del alba lo despojen los lobos;

la espada es el camino más corto.

 

Miguel de Cervantes

 

Crueles estrellas y propicias estrellas

presidieron la noche de mi génesis;

debo a las últimas la cárcel

en que soñé el Quijote.

 

El Oeste

 

El callejón final con su poniente.

Inauguración de la pampa.

Inauguración de la muerte.

 

 

Estancia El Retiro

 

El tiempo juega un ajedrez sin piezas

en el patio. El crujido de una rama

rasga la noche. Fuera la llanura

leguas de polvo y sueño desparrama.

Sombras los dos, copiamos lo que dictan

otras sombras: Heráclito y Gautama.

 

El prisionero

 

Una lima.

La primera de las pesadas puertas de hierro.

Algún día seré libre.

 

Macbeth

 

Nuestros actos prosiguen su camino,

que no conoce término.

Maté a mi rey para que Shakespeare

urdiera su tragedia.

 

Eternidades

La serpiente que ciñe el mar y es el mar,

el repetido remo de Jasón, la joven espada de Sigurd.

Sólo perduran en el tiempo las cosas

que no fueron del tiempo.

 

E. A. P.

 

Los sueños que he soñado. El pozo y el péndulo.

El hombre de las multitudes. Ligeia…

Pero también este otro.

 

El espía

 

En la pública luz de las batallas

otros dan su vida a la patria

y los recuerda el mármol.

Yo he errado oscuro por ciudades que odio.

Le di otras cosas.

Abjuré de mi honor,

traicioné a quienes me creyeron su amigo,

compré conciencias,

abominé del nombre de la patria,

me resigné a la infamia.

 

España

FFFFFFFFF

Más allá de los símbolos,

más allá de la pompa y la ceniza de los aniversarios,

más allá de la aberración del gramático

que ve en la historia del hidalgo

que soñaba ser don Quijote y al fin lo fue,

no una amistad y una alegría

sino un herbario de arcaísmos y un refranero,

estás, España silenciosa, en nosotros.

España del bisonte, que moriría

por el hierro o el rifle,

en las praderas del ocaso, en Montana,

España donde Ulises descendió a la Casa de Hades,

España del íbero, del celta, del cartaginés, y de Roma,

España de los duros visigodos,

de estirpe escandinava,

que deletrearon y olvidaron la escritura de Ulfilas,

pastor de pueblos,

España del Islam, de la cábala

y de la Noche Oscura del Alma,

España de los inquisidores,

que padecieron el destino de ser verdugos

y hubieran podido ser mártires,

España de la larga aventura

que descifró los mares y redujo crueles imperios

y que prosigue aquí, en Buenos Aires,

en este atardecer del mes de julio de 1964,

España de la otra guitarra, la desgarrada,

no la humilde, la nuestra,

España de los patios,

España de la piedra piadosa de catedrales y santuarios,

España de la hombría de bien y de la caudalosa amistad,

España del inútil coraje,

podemos profesar otros amores,

podemos olvidarte

como olvidamos nuestro propio pasado,

porque inseparablemente estás en nosotros,

en los íntimos hábitos de la sangre,

en los Acevedo y los Suárez de mi linaje,

España,

madre de ríos y de espadas y de multiplicadas generaciones,

incesante y fatal.

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