Viernes, enero 18, 2008
Copy & Paste.
Desde que se inventó la escuela como la conocemos, los alumnos hemos (yo también fui alumno, no se crean), encontrado la manera de facilitarnos el trabajo. Creo que ahí en la escuela aprendimos además de todo esta manera de enfrentar las cosas que tenemos que hacer.
Así, hemos llegado a vivir en una que podríamos llamar "Era de los facilitadores". Desde el control remoto hasta la transmisión triptronic en los autos, desde la escoba hasta los bolígrafos, desde los colchones hasta los aviones, hemos aprendido a hacernos la vida más fácil. Y si algo de ella no es así, entonces haremos lo que podamos para lograr que sea.
Así, en la escuela las cosas que los maestros quieren hacernos difíciles, los alumnos buscan cómo hacerlas fáciles. Recuerdo los acordeones en la palma de la mano o los minipapelitos que se ponían en aquellos bolígrafos que tenían una figurita que bajaba y subía, mostrando u ocultando el apunte, las primeras calculadoras (gigantescas a los ojos de hoy), o ya más recientemente cualquier artilugio digital donde escribir los mismos apuntes que antes poníamos en papel.
Pero algo que no tuvo tanto impacto, quizá porque era más o menos caro y mucho más complicado, fue la elaboración de trabajos haciendo trampa. Desde luego no íbamos a hacer un trabajo en stencil, porque sería tonto por lo obvio pretender que lo habíamos hecho nosotros.
Algunos avezados intentaron hacer pasar alguna fotocopia (no de aquellas azulosas de la primera generación), por un trabajo hecho por él o ella.
Pero como en muchos otros casos, lo que ha venido a revolucionar esta tarea (nunca mejor dicho), fueron las computadoras, potenciadas por el internet.
Cuando mi primera compu propia (una Macintosh Classic II), allá por principios de los años 90, descubrí algo que entonces servía para lograr repeticiones milagrosas de lo que uno escribía: Copiar y Pegar. Función genial que a alguien debió habérsele ocurrido sin pensar en las consecuencias.
Copiar y pegar, es decir, tomar algo que nos había quedado bien o que otro había escrito en la oficina y nos parecía útil para nuestro trabajo.
Luego, por supuesto, hubo muchos más usos de esa sencilla operación de seleccionar lo que nos interesaba, presionar las teclas Command en las Mac y Control en las PC, al mismo tiempo que la letra C, para copiar y lo mismo, pero la letra V, para pegar en otra parte del texto o en otro documento en la compu, eso mismo que habíamos copiado.
Así, se reprodujeron millones de asuntos, para facilitarnos el trabajo.
Pero también como prácticamente todas las tecnologías de computación, los alumnos no tardaron más de dos segundos en aprender (¿que no va uno a eso a la escuela?), que también servía para hacer pasar trabajos hechos por otros, como propios. Con la apuesta de que el profe no hubiese leído el texto original, estaban del otro lado (y siguen estándolo).
La práctica no se inventó con las computadoras. Ya existía digo, desde mucho antes. Lo único que pasó es que se hizo más fácilmente. Recuerdo a una alumna en la universidad que en dos ocasiones, copiando textos de otros, quiso hacerlos pasar como si ella los hubiera escrito y para su mala suerte, yo había leído antes los dos originales. ¡Y todavía su papá fue a reclamarme por haberla reprobado!
Pero el auténtico brinco tecnológico se logró con la internet.
Copiar y pegar desde cualquier página del mundo, escrita quién sabe por quién ni cuándo ni dónde ni con qué rigor, para pegar en un documento del procesador de palabras y cambiarle sólo el nombre del autor y, cuando es necesario (y obvio), el nombre de la escuela.
Esta tecnificación de una trampa añeja ha puesto a los profes del mundo en al menos una seria disyuntiva: ¿acepto los trabajos impresos en computadora o los pido escritos a mano?.
Contando con que los salarios de los docentes en el mundo son bajos (al menos más bajos que los otras profesiones y en Latinoamérica, muy bajos), es difícil poder dedicarse a un sólo grupo, para tener tiempo de revisar con cuidado cada trabajo (aunque cuando aceptamos dar clases y diseñamos la manera en que verificaremos el aprendizaje, nadie nos pone una pistola en la sien, para hacerlo, pero eso es otra cosa). Así, muchos maestros deben dar muchas clases o la misma a muchos grupos, por lo que los exámenes (del formato que sea), están tomando fuerza nuevamente. Pero ya había dicho en una entrada anterior que las calificaciones y los exámenes no son más que ejercicios de suerte y de memoria. Entonces, ¿qué hacemos?
Hay diferentes maneras de detectar si un alumno está copiando un trabajo de otro, sobre todo de estos que circulan por millones en internet.
Uno, el más directo, es haberlo leído nosotros mismos antes y ser capaces de identificar la fuente. Pero esto requiere que seamos lectores intensos y además, por mucho que lo seamos, jamás seremos capaces de leer todo lo que se escribe.
Otro es usar las mismas herramientas que los alumnos: El internet. Si nos dan un trabajo sospechoso, podemos tomar una parte que nos parezca especialmente obvia y ponerla en un buscador de internet. Si no le cambiaron nada (esa es la base de la práctica de copiar y pegar), entonces es muy probable que el buscador encuentre las coincidencias necesarias para decirnos de qué página fue copiado el texto.
Pero si el alumno es más exquisito y se dio a la tarea de cambiar un adjetivo por aquí o una frase completa por allá, entonces la cosa es casi imposible de detectar... a menos que usemos el sentido común.
En muchas ocasiones, los alumnos olvidan (debería decir que son descuidados en esto), cambiar algunos dejos de la redacción y encontramos expresiones como "sos", en México, sabiendo que aquí se usa "eres", o viceversa en Uruguay; "chaval" por "chavo", en España y México, y otros descuidos por el estilo. Esto nos debería poner en alerta sobre la trampa.
Otras veces, el lenguaje usado nos dará pistas: Cuando un texto de estética, incluye términos como procastinar, estamos casi frente al "cuerpo del delito"; lo mismo para "abducciones", "epistemología" o "panfleto" para trabajos sobre la historia, hechos por alumnos de primaria.
El sentido común y la experiencia también pueden conjuntarse y si encontramos a un alumno que en clase no tiene un vocabulario fluido, podemos suponer ayudas externas si su trabajo es un muestrario lexicográfico, aunque puede ser que esas ayudas no sean precisamente tramposas, sino sólo estilísticas.
Copiar y pegar. Hacer trampa más fácilmente. Busquemos sin embargo la manera de aprovechar estas misma prácticas para aprender junto con los alumnos a leer y a hacer más útil el paso por la escuela y no solamente a angustiarnos porque no podemos enfrentar el empuje tecnológico que tienen ellos en estos tiempos.
Ahora que si a pesar de todos nuestros esfuerzos, el alumnos logran hacer pasar como propio un texto que no es suyo, lo que estará pasando es lo que ha pasado en la escuela desde que pretendió encasillar los espíritus: El que viene, aunque inexperto, se las ingenia para hacer de la escuela un lugar de aprendizajes más vitales que los que aquella pretende.
Blas Torillo.
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