El Universo poético gobernado por la imaginación y la fantasía en dos poemas de Borges -
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UNIVERSIDAD DE CHILE FACULTAD DE FILOSOFÍA Y HUMANIDADES Departamento de Literatura Literatura Hispanoamericana Moderna Prof. Cristián Cisternas Ampuero 1er semestre del 2009
“Bienvenida Irrealidad” El universo poético gobernado por la imaginación y la fantasía en dos poemas de Jorge Luis Borges Luis San Martín Arzola
I.- Insertándonos en la poesía de Borges La gente goza de tan poca fantasía que tiene que recoger con ansia unos de otros esos pequeños adornos de la conversación. Son como traperos o colilleros de frases hechas. Pío Baroja • El poeta, su poesía y sus periodos poéticos Narrador, ensayista, y poeta argentino del siglo XX, cuya literatura se enmarcó dentro de cánones que, como los mundos que plasmó y que nos presentó como nacidos de la nada, existieron en un pasado indeterminado y en un no-existir-aún al mismo tiempo. Sus cuentos, sus ensayos, y lo que nos interesa ahora, sus versos, no eran parte de un futuro que se avecinaba ni de un vanguardismo completamente aceptado, sino que parecían haber venido de tiempos inmemoriales y eran proferidos por hombres inmortales, conceptos en ese momento muy distantes y disímiles respecto a lo que se estaba formando aquella época. Una irrealidad desde realidades que no se pueden precisar puesto que son la amalgama de un tiempo mítico que no existió jamás, que él sólo creó imaginariamente, pero que jamás pudo atrapar debido a su fugacidad, como veremos más adelante en el análisis de algunos sus poemas. Éstas realidades, en su primer periodo poético, fueron naciendo y configurándose molestosamente cotidianas, criollistas, y específicamente en la Argentina y en España, localistas. Toda esta literatura de su primera incursión brotó bajo la sombra del ultraísmo, –que a su vez profesaba en contra del modernismo-. Tal movimiento ultraísta profesó Borges a su llegada a España, el cual trajo consigo a su país natal, con un manifiesto publicado en 1921 en la revista Nosotros de Buenos Aires. Ahí se mencionaban postulados que dejaban entrever la búsqueda estética en la que estaba el muy joven poeta argentino, tales como la reducción a la imagen y a las metáforas ilógicas y chocantes como elementos principales de la lírica, el reproche de la excesiva adjetivización y el inútil adorno, además de una nueva disposición tipográfica, introducción de neologismos y la eliminación de la rima. Con sus estrofas y versos, Borges en particular se instauró en este género en contra del irracionalismo y del “yoísmo” de la poesía. En sus inicios nos presentó así barrios, rincones y calles viejas del Buenos Aires que trató de fundar y depurar míticamente -y no la capital cosmopolita y moderna con su punto centrífugo en el gran obelisco cercano a Corrientes, lo cual claramente no está presente en Fervor de Buenos Aires (1923) o en Cuaderno San Martín (1929), por ejemplo, poemarios primeros en donde su idealización de la realidad ya estaba latente, difícil de percibir a ciencia cierta. Con este –ismo Borges estaba formando parte de una poesía que se entendía bajo ciertos signos vanguardistas, que por supuesto en la época de su primer tramo poético entre 1923 y 1929, estaba “de moda”. Tiempo después él apuntó con el dedo hacia esa tendencia que estaba siguiendo en el primer cuarto del siglo XX, y la definió como la “equivocación ultraísta”, lo cual es muy decidor y tremendamente acucioso en el sentido de “cuasirenegar” de su obra poética
anterior y su costumbre de autoreconstruirse en las letras continuamente editando sus escritos de todo tipo. Como dice Manuel Ferrer, el poeta en su tiempo “…ha rechazado la poesía ultraísta por ser, en su opinión, sectaria y equivocada, por tratarse artificios metafóricos y juegos de entusiasmo juvenil” (25), es decir, una lírica que es hija de su inmadurez poética y anterior a su crecimiento intelectual desbordante y alejado de lo popular-local, cuyos rasgos y características dieron como resultado vástagos ya muy racionales, reiterativos y hasta fríos, que sin embargo por estar expresados líricamente no pierden su carácter tan sui generis conocido por todos, pues los poemas a diferencia de los ensayos y las narraciones, son “creaciones vibrantes de intuición instantánea” (Ferrer 26). En este ambiente se prefiguró su maravillosa poesía posterior. Pasaron muchos años después de que el escritor de Palermo dio sus primeros pasos en el género y hubo mucho silencio en este aspecto. Publicó poesía escasamente y su narrativa y ensayística fue en aumento, géneros por los cuales se hizo muy conocido y se constituyó como un gran escritor de ficciones, aunque él no creyese que ello lo hiciese menos o más poeta. Decía en una entrevista para L’Express: “Si algo soy, es poeta; quizá torpe, pero un poeta, espero”. Su retorno a la poesía llegó en 1960, cuando publicó El Hacedor , un libro compuesto por prosas y también por versos que inauguró un nuevo período en su poesía, al cual nos limitaremos de ahora en adelante, y que nos llevó desde el alegre costumbrismo porteño a la despiadada aridez de una vida quizás poco aprovechada aunque alegre por su presencia(Ferrer 30),, junto con la lacerante inquietud metafísica causante de una irrealidad que se crearía por el hecho de mirar la realidad objetiva desde otra perspectiva, tal como lo hacía con su vida el Homero del relato que lleva el mismo nombre que el poemario, quien vivía profusamente y al cual las cosas que le pasaban no le tocaban debido a su fuerte coraza de poeta, pues creía en la eternidad, tal como Borges: “Las impresiones resbalaban por él, momentáneas y vívidas…”, dice el mismo respecto al padre de la épica. Su poesía estuvo así influenciada por la de Macedonio Fernández y la filosofía de Arthur Schopenhauer, pensador que consideraba que el mundo era propiamente su idea, la cual a su vez era su conveniente verdad que valía para todo lo que veía y conocía, tal como pasaba en la imaginación poética que constituía la irrealidad en Borges. En resumen, su estética se fue haciendo poco a poco más idealista que realista-criollista y de tendencia más neoclásica, como si su crecimiento y conocimiento poético hubiera sido invertido, es decir, de derecha a izquierda en la línea cronológica y de norte al sur en los puntos cardinales, como mirando hacia el pasado en vista del estudio de los clásicos. Hay que decir que esto no significa que su poesía se hizo retrograda ni mucho menos anticuada. Todo lo que decimos fue el cambio radical que hubo en su pensamiento y por consiguiente en su idea de lenguaje, literatura y poesía específicamente. Tal cual dijimos y ahora repetimos, el desprecio hiriente que hizo a su poesía primera, la ultraísta, fue el germen de lo que vendría pues su vanguardismo, el seguimiento de la moda, se hizo en él algo aferrado al presente, y no a lo eterno añorado. Como dice Saúl Yurkievich, “la militancia de vanguardia durante su período ultraísta resulta episódica y superficial, un tributo a la moda cuando joven y sensible a los requerimiento del presente” (128). Ahora hay un aferrarse al
pasado, que toma mucha más importancia en cuanto a los poemas que se presentan en El Hacedor, cuyo relato principal nos presenta a un hombre en el pasado que contempló, “miró (....) las ciudades de los hombres y sus palacios.”, que escuchó relatos e historias de tiempos remotos y que tal como Jorge Luis Borges, “recibió como recibía la realidad, sin indagar si eran verdaderas o falsas”, es decir, bajo un proceso de idealización. Lo abstracto, lo fantasioso, lo misterioso y lo imaginario empezó a gobernar entonces en la lírica del argentino, ya los laberintos y los espejos de su narrativa estaban plagando su poesía, la metáfora no estaba tan atosigadoramente presente y con tintes vanguardistas, y la forma que en un principio enalteció en contra del modernismo de Rubén Darío confluía mucho más con el fondo, al igual que el hombre y el universo, quienes tratando de hallar cierta armonía, entendían que el arte era el intermediario entre los dos, y la representación en este entremedio era la irrealidad que en este caso no estaba apoyándose en la realidad del alrededor, sino que en la propia mente del poeta, que se estructura haciendo referencia a la literatura anterior, que por ser vida en Borges lleva a éste a sembrar más vida poética en el alma de la Humanidad, que es un solo individuo y todos los individuos, todas las sensaciones y acciones, desde engendrar matar un hombre hasta engendrarlo, pues “…lo aguardaban…”, después de haber perdido la vista, “…también el amor y el riesgo. Ares y Afrodita”. En fin, el “everyman” del relato primero del poemario. Ya no buscaba Borges como en su primer período poético la fugacidad de la vida y lo corto de los instantes gauchescos o de los compadres de su Buenos Aires mítico, sino que se configuraba con una añoranza de lo eterno, de lo entrañable: “no lo fugaz accidental, sino lo eterno y homogéneo” (129), como dice Yurkievich. Lo pasajero ya no le importaba, el fruto causa de esa mente humana creadora e imaginativa que utilizó tan efectivamente era lo realmente importante, la cual fue creada también por algo superior, que es Dios, sinónimo claro de trascendencia en su poesía. Es preciso destacar también que esta irrealidad a la que referimos se inscribió en sus versos por influencia de lo que fueron sus experiencias, aunque por supuesto éstas no son su explicación. En los mismos años que hizo público El Hacedor (1960) su ceguera ya había comenzado a presentarse gradualmente desde el año 1955, que fue cuando quedó ciego totalmente de un ojo y parcialmente del otro (Viñas Piquer 8), lo que fue una contradicción del destino como él manifestó, pues justo lo asignaron director de la Biblioteca Nacional en el momento en que comprendió la gravedad de su deficiencia visual, lugar en el cual obviamente había millares de libros que él no podía leer de manera perfecta y sin complicaciones debido a sus ojos gastados y enfermos, que traían a sí sólo sombras y además de la mano una nueva poesía, con las características que ya hemos esbozado y con una temática clara que estamos por empezar a perfilar. Con respecto a la ceguera, en el relato El Hacedor: también forma parte del Homero imaginado que ahí se nos presenta, quien también, como Borges, queda ciego y abandonado a su suerte, a su irreal destino. Nos dice el narrador: “Gradualmente, el hermoso universo fue abandonándolo; una terca neblina le borró las líneas de la mano, la noche se despobló de estrellas, la tierra era insegura bajo sus pies”, ya no vivía del presente abudante; necesitaba algo más. Por otro lado, su infancia también contribuyó, pues el patio con su aljibe y su
hermana Norah fueron fundamentales cuando era niño, ya que con ella compartió esos lugares mágicos que plasmó después en sus estrofas. También su miedo a lo misterioso nació en esa época: a la urraca que se comía a los pequeños pajarillos, a las máscaras y por sobre todo a los espejos, que forman parte fundamental de la poesía de su segundo periodo y específicamente de su poemario El Otro, el mismo (1964). Nos dice Viñas Piquer que “una de sus obsesiones era no reconocerse en esa imagen que el espejo le devolvía, sentía el temor de que todos los espejos del mundo, de pronto, empezaran a divergir de la realidad” (9), por lo cual sentía un ambiente distinto que lo atemorizaba pero que a la vez le llamaba mucho la atención como se puede notar en sus poemas, pues éstos se formaron en su literatura como la representación del reflejo de sí mismo y la aparición de un otro, como el linde entre la vigilia y el sueño, entre la vida y la muerte, entre la Unidad y el Todo. En fin, “el espejo como límite y enlace del mundo personal con el ultramundo” (Ferrer 65), la separación del escritor afamado por la crítica y por sus lectores frente al tímido y aislado poeta. Como se nos cuenta al final del relato El Hacedor: “Sabemos estas cosas…”, es decir, la vida efectiva y práctica de Homero, y por lo tanto de Borges, “pero no las que sintió al descender a la última sombra”, o sea, no tenemos ni idea de lo que fueron estos dos ilustres hombres íntimamente, en lo más profundo de su imaginado ser. Todos estos rasgos, juntos con otros que no especificaremos ahora por razones obvias, hicieron nacer la irrealidad en los poemas de este tramo, que más adelante revisaremos. Por último, está su tercer período poético (1975-1985), el cual se puede explicar en una sola frase: poesía mucho más autobiográfica, en donde el “yo”, el “soy” y su “ceguera” van hacia abajo en el mismo río que nace en su pensamiento que se germinó y se hizo manifiesto en la segunda parte de su Obra poética, y que sin quererlo se convirtió en invariable. En sus últimos poemas “reaparecerán los mismos temas y los mismos símbolos de siempre, los que conforman el universo poético de Borges” (Viñas Piquer 13), compartiendo lugar con las referencias y las citas literarias que formaron parte de toda su poesía en específico y de toda su literatura en general. El único y nuevo pequeño nacimiento que hay que mencionar respecto a esto son los haikus, que fueron los versos en donde se plasmó por última vez su fuego emocional antes de partir en 1986, y para siempre, a su paraíso-biblioteca. ***
II.- Análisis técnico En las tinieblas la imaginación trabaja más activamente que en plena luz. Immanuel Kant Como dejamos en claro anteriormente, nos ocuparemos en las siguientes líneas de analizar los dos poemas que funcionarán en este ensayo como representantes del cambio en la mentalidad y en la poesía de Borges, el cual es fundamental pues el que se perpetúa, como caracterizamos en las líneas anteriores. Comenzaremos por el Poema de los dones. • Análisis de Poema de los dones en El Hacedor (1960) Borges no es un poeta unívoco, pues –como dice Yurkievich- “siempre hay en él un margen de significación inasible, de sugestión indeterminada, de polisemia que permite interpretaciones múltiples” (133), y este poema no es la excepción. Es por eso que sabiendo esto lo analizaremos, y también lo haremos así con La Luna. Decíamos cuando presentamos los períodos poéticos de Borges que la trascendencia de Dios como creador aparentemente último se hizo fundamental en la segunda parte de su poesía, pues éste es el que configura la mente del hombre, o del hablante lírico en este caso. El hablante lírico en este poema se configura como autobiográfico, como en referencia a Borges, a su ceguera y a su cargo de director de la Biblioteca Nacional, es por eso que es Dios, como el destino, quien le da los dones y le quita la vista: Nadie rebaje a lágrima o reproche Esta declaración de la maestría de Dios, que con magnífica ironía me dio a la vez los libros y la noche. La importancia que él le otorgó a los libros fue fundamental, pues para él la literatura era su vida y la vida de todos los hombres, ya que ahí se inscribían las historias y los mitos, antiguos, occidentales, nórdicos y también orientales, en los cuales hay seres inmortales, hombres mortales y también Dios, quien pareciese que fuera el protagonista en estos versos, el que hace las cosas, pues es él el que conoce las leyes que rigen el aparente azar del universo (Yurkievich 133), que él imagina y que a partir de él, conjetura, siempre bajo irrealidades, bajo ensoñaciones y contornos que sólo él podía ver, como si estuviera falto de iluminación espiritual: De esta ciudad de libros hizo dueños a unos ojos sin luz, que sólo pueden leer en las bibliotecas de los sueños los insensatos párrafos que ceden las albas a su afán. En vano el día les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos que perecieron en Alejandría. En este último verso se recalca más todavía su amor por los libros y por la literatura1, puesto que, y a través de un recurso referencial, alude a la gran quema de libros que sucedió en Alejandría en el año 390 A.C, llevada a cabo por Teodosio el emperador. Ahora podemos afirmarlo claramente: en el poemario El Hacedor el tema del tiempo domina conectado con el de la historia, y éste es claramente una alusión al lector ideal que buscaba el lírico, el que es culto y que ya ha leído. (Contreras Bustamante 1,2). Las siguientes estrofas vienen a confirmar la idea de una imaginación y una fantasía ya manifiestas, que se configuran dentro de lo que es la historia Antigua, y acumulada: De hambre y de ser (narra una historia griega) muere un rey entre fuente y jardines; yo fatigo sin rumbo los confines de esa alta y honda biblioteca ciega. Enciclopedias, atlas, el Oriente y el Occidente, siglos, dinastías, símbolos, cosmos y cosmogonías brindan los muros, pero inútilmente. Tal biblioteca para él se hace ciega, pues él a no poder verla no puede recibirla en su conocimiento, por eso no sirve, no es provechosa. Además, seguimos esta idea con otra: concepto cíclico de su poesía, idea principal de Yurkievich y que para Contreras Bustamante es el eje principal de las series temáticas. Lo eterno, lo repetitivo y por lo mismo lo importante que quiere transmitir el hablante lírico y el poeta Borges: “Se trata de un circuito de relaciones conceptuales cuyo recorrido pasa una y otra vez por los mismos lugares” (3), es decir, la historia, el tiempo, el conocimiento, en fin, el universo entero que está limitado por los muros de esa biblioteca oscura, y que él imagina caóticamente, aunque todavía muy entusiasmado. También como dice Yurkievich: “Por anhelo de permanencia, desdeña lo novedoso, idealiza la realidad empírica e irá eliminando de su poesía todo signo de contemporaneidad” (145). La presupuesta alegría que habría inundado a Borges por todos los libros que podría haber leído si es que no hubiera entrado en él su insolente ceguera, nos deja inmediatamente claro que lo que le pasó es como si a él le hubieran 1 Es preciso recordar en este momento la relación entre su afición a las referencias de las letras dentro de su literatura y específicamente en su poesía, con el relato El Hacedor. Como vemos, en éste se nos presenta a Homero mítico –y a Borges- , como ya hemos dicho, quien queda abandonado a sombras y oscuridad después de quedar ciego. Lo único que le va quedando es la memoria -aunque por supuesto no podemos olvidar a María Kodama, su esposa que siempre le leía. “Entonces descendió a su memoria, que le pareció interminable, y logró sacar de aquel vértigo el recuerdo perdido que relució como una moneda bajo la lluvia, acaso porque nunca lo había mirado, salvo quizá, en un sueño”. Este carácter y esta profunda capacidad nemotécnica de su alma es la que le permite vivir sin vista, pues se alimenta de sus propias referencias a la cultura y a toda la literatura en específico, creándose junto con ella la irrealidad a lo que hemos referido y referiremos.
quitado su posibilidad de conocer el Paraíso, de entrar en él, de conocerlo totalmente: Lento en mi sombra, la penumbra hueca exploro con el báculo indeciso, yo, que me figuraba el Paraíso bajo la especie de una biblioteca. Todos los designios son obras de un orden superior, de algo que está más arriba. No es simple azar, sino que son leyes escondidas más arriba incluso de los cielos, de un Ajedrez (sí, como su poema) que lo es todo: Algo, que ciertamente no se nombra con la palabra azar, rige estas cosas; otro a recibió en otras borrosas tardes los muchos libros y la sombra. Al errar por las lentas galerías suelo sentir con vago horror sagrado que soy el otro, el muerto, que habrá dado los mismos pasos en los mismos días. Es justo aquí cuando entra en el poema la idea del otro, pero este otro fantasmagórico no es el mismo Borges, no es el Borges aislado y dividido que decíamos en las líneas de más arriba, sino que es otro real –y también imaginario, en sus experiencias andantes y pensantes en la biblioteca- que más adelante se nos confirmará con los versos, en un apellido, después de las preguntas angustiadas de Borges, quien se cuestiona como hablante lírico si él está escribiendo por otros o cantando con otros su experiencia, manifestando que la palabra no sirve pues la vivencia es la misma, la maldición es la misma: ¿Cuál de los dos escribe este poema De un yo plural y de una sola sombra? ¿Qué importa la palabra que me nombra Si es indiviso y uno el anatema? Groussac o Borges, miro este querido mundo que se deforma y que se apaga en una pálida ceniza vaga que se parece al sueño y al olvido. Este hombre es Paul Groussac, quien también fue director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires en 1885, y que al igual que a Jorge Luis Borges, sintió el golpe de la extravío visual cuando estaba en su cargo. Es un hecho que el hablante lírico, y también autobiográfico, no ignora. Un paralelismo biográfico que se autodefine poetizado magníficamente. Los dos con su defecto visual están condenados así, y para siempre, a la imaginación, a lo onírico y al olvido, a la pérdida de la memoria que conllevará consigo, y con todo lo demás, una irrealidad imperante. Como dice Viñas Piquer: “La ceguera fue para Borges muchas veces esa ‘circunstancia biográfica’ que permitió la llegada de la intimidad a su poesía”
(9), y este poema abre esa impredecible intimidad poética que podemos vislumbrar en El Hacedor. • Análisis del La Luna en El Hacedor (1960) Este poema también comparte muchos rasgos con el Poema de los dones, pero la diferencia radica en que el autobiografismo es mucho más latente, puesto que el hablante lírico en el principio de estas estrofas aduce a Borges pero en tercera persona. Además las referencias son mucho más numerosas, la inspiración juega un gran papel y lo pomposo de la oralidad también. Veamos. En las primeras estrofas notamos cómo el poeta relata una historia en versos de un hombre que concibe su vida como un libro, pues éstos representan la vida humana. “La literatura es actividad humana y su sustancia es también temporal de modo que está sujeta a las mismas leyes que la vida” (Contreras Bustamante 4), al mismo orden. El hablante se configura así, reflexivo y decodificador de un universo real que lo ayuda a crear su propia irrealidad, con ayuda por supuesto de la imaginación: Cuenta la historia que en aquel pasado tiempo en que sucedieron tantas cosas Reales, imaginarias y dudosas, un hombre concibió el desmesurado proyecto de cifrar el universo en un libro y con ímpetu infinito erigió el alto y arduo manuscrito y limó y declamó el último verso. En estos versos se repite nuevamente el motivo del libro, y de la literatura como la vida misma, con entusiasmo creador. Después, en un momento de clara declamación sempiterna, el hablante lírico, hablando del Borges mismo en tercera persona, como dijimos, levanta los ojos y ve a la luna, fuente de inspiración en la tradición, que él tanto respetaba, y que no podía olvidar. Además, en la siguiente estrofa, nuevamente se reitera el mismo motivo ya nombrado, aunque con más vigor: Gracias iba a rendir a la fortuna cuando al alzar los ojos vio un bruñido disco en el aire y comprendió, aturdido, que se había olvidado de la luna. La historia que he narrado aunque fingida, bien puede figurar el maleficio de cuantos ejercemos el oficio de cambiar en palabras nuestra vida. Ahora vienen unos de los versos más importantes del poema, en donde se alude a lo esencial, a la idealidad a la que Borges tanto aspiraba. Su actuar como el que criptógrafo del universo tiene que ver en este caso con su capturar siempre el pasado, y en la idea de que el presente siempre es la repetición de lo anterior,
por lo cual es un poeta cíclico, como dice Yurkievich. Así es como él añora lo eterno, lo que siempre está y lo que es una ley que rige el Todo, que está en toda palabra viviente y existente, y que se relaciona a la vez con la presencia de una deidad misteriosa, fascinante y fantástica. De esta forma, “toda vida para Borges es repetición de ideas, sentimientos, actitudes y situaciones humanas básicas”, y el destino de esa vida está ordenado, como un Ajedrez, por el Ser superior: “… nuestro destino es movido sobre el tablero de la vida por ese Jugador que nos rige”. Ley que es ineludible, aunque nosotros usemos las palabras (Yurkievich 141, 142, 143): Siempre se pierde lo esencial. Es una ley de toda palabra sobre el numen. No la sabrá eludir este resumen de mi largo comercio con la luna. Y ahora es cuando comienzan en mayor número las referencias a la literatura y a la cultura, preguntándose el hablante lírico la primera vez que vio a la luna. En relación a una referencia en específico: nos daremos la libertad de decir que con “doctrina del griego” se refiere a Anaxagoras, quien en la Edad Antigua teorizó sobre la luna bajo sentidos astronómicos, diciendo que ésta era un pedazo de la tierra. Hace referencia nuevamente a la vida, su belleza y fugacidad y a la maravilla del astro, y también a la presencia de ella en la literatura y en la filosofía, nombrando de igual forma al filósofo y matemático Pitágoras, y haciendo caso así a la “Tradición” y a su propia tradición de los espejos, elemento principal en su poesía, quiénes tienen tras de sí a la irrealidad: “…los invoca con persistencia. Infinitos, elementales, insomnes...” (Yurkievich 134). No sé dónde la vi por vez primera, si en el cielo anterior de la doctrina del griego o en la tarde que declina sobre el patio del pozo y de la higuera. Según se sabe, esta mudable vida puede, entre tantas cosas, ser muy bella y hubo así alguna tarde en que con ella te miramos, oh luna compartida. Más que las lunas de las noches puedo recordar las del verso: la hechizada dragon moon que da horror a la halada y la luna sangrienta de Quevedo. De otra luna de sangre y de escarlata habló Juan en su libro de feroces prodigios y de júbilos atroces; Otras más claras lunas hay de plata. Pitágoras con sangre (narra una tradición) escribía en un espejo
y los hombres leían el reflejo en aquel otro espejo que es la luna. El hablante lírico refiere a un lobo, quien en la tradición literaria fantástica también tiene su relación con la luna, pues es el que vuelve a ser hombre con el amanecer. También declama entre paréntesis en vinculación con el concepto de la tradición anterior. Sigue de esta forma con el autobiografismo que ya hemos caracterizado, sin embargo habla ahora en primera persona, conectando su oficio de poeta que es el destino dibujado por la fortuna. Luego, dice que tal como todos -lo cual delata que él está consciente que hablar de ella es hablar de un lugar común-, cantaría a la luna aunque con variaciones, pues ella se define en cierta manera usada por todos, en cuanto a inspiración y temática, es decir, por varios de los poetas que han existido, incluido el modernista Lugones, y otros de versos menos afamados: De hierro hay una selva donde mora el alto lobo cuya extraña suerte es derribar la luna y darle muerte cuando enrojezca el mar la última aurora. (Esto el Norte profético lo sabe y tan bien que ese día los abiertos mares del mundo infestará la nave que se hace con las uñas de los muertos.) Cuando, en Ginebra o Zürich, la fortuna quiso que yo también fuera poeta, Me impuse. como todos, la secreta Obligación de definir la luna. Con una suerte de estudiosa pena agotaba modestas variaciones, bajo el vivo temor de que Lugones ya hubiera usado el ámbar o la arena, De lejano marfil, de humo, de fría nieve fueron las lunas que alumbraron versos que ciertamente no lograron el arduo honor de la tipografía. En esta siguiente estrofa comienza a hablar nuevamente sobre la poesía, que como sabemos se enmarca dentro de lo que es el lenguaje, y por consiguiente, las palabras que la crean y que los mismos poetas crean. “La tarea del escritor, pese al carácter imposible de la empresa, insiste en el intento de hacer con el lenguaje una representación que mime la complejidad de los hechos”, y los hechos son todos los momentos en que los oradores, escritores, relatores y poetas se inspiraron con ella (Contreras Bustamante 1), tales como el autor del Orlando Furioso, que tiene en la siguiente estrofa la función de ser maestro de Borges, quien le enseñó con su historia p –en la cual vemos a Astolfo alcanzando
la luna con el Hipogrifo, aspecto evidentemente muy fantástico- qué hay en ella, que no es más que la eternidad y el presente mismos unidos en la ficción, de la mano con la irrealidad creada por el hombre y también por el mismo Dios. Una especie de aleph. Apunta también a otras referencias literarias, siguiendo en la misma línea: Pensaba que el poeta es aquel hombre que, como el rojo Adán del Paraíso, impone a cada cosa su preciso y verdadero y no sabido nombre, Ariosto me enseñó que en la dudosa luna moran los sueños, lo inasible, el tiempo que se pierde, lo posible o lo imposible, que es la misma cosa. De la Diana triforme Apolodoro me dejo divisar la sombra mágica; Hugo me dio una hoz que era de oro, Y un irlandés, su negra luna trágica. También está presente la luna como parte de la cotidianidad existencial, pues no la olvida en este aspecto, sin sumirse solamente a lo mitológico y a la imaginación y fantasía. En las siguientes líneas, la capacidad de nominarla, de crear una irrealidad propia gracias a ella, está nuevamente presente: Y, mientras yo sondeaba aquella mina de las lunas de la mitología, ahí estaba, a la vuelta de la esquina, la luna celestial de cada día Sé que entre todas las palabras, una hay para recordarla o figurarla. el secreto, a mi ver, está en usarla con humildad. Es la palabra luna. Luego, comienza a expresar el hablante lírico –o Borges-, que no se atrevería a prostituir, a manchar la fama que tiene la luna con imágenes vacuas. Para él todo esto es casi completamente indescifrable, tal como el Universo que trató –y solamente intentó, repetimos, aunque ardua y sufrientemente- decodificar, pues ella es parte de aquel en todo sentido y está mucho más allá de toda posibilidad real y práctica suya, pero mucho más acá de toda su fantasía, de toda su imaginación, de toda la capacidad de su mente que es al fin y al cabo la mente de todos, en fin, de toda su irrealidad invariablemente concreta, que como el resplandeciente astro, es lo que compartimos al mirar hacia al cielo; la unidad del Todo en nosotros, que como mortales y seres limitados, no podemos en condiciones normales nombrar ni escribir el verdadero nombre de la luna, pues eso está vedado para los meramente comunes y corrientes. Sin embargo, en estados extremos de vida refulgente y de muerte demoledora, podríamos lograr
algún día substantivarla y entenderla realmente, y ser parte importante de la arbitraria voluntad de Dios o del azar, por medio de nuestras propias capacidades: Ya no me atrevo a macular su pura aparición con una imagen vana; La veo indescifrable y cotidiana y más allá de mi literatura. Sé que la luna o la palabra luna es una letra que fue creada para la compleja escritura de esa rara cosa que somos, numerosa y una. Es uno de los símbolos que al hombre da el hado o el azar para que un día de exaltación gloriosa o de agonía pueda escribir su verdadero nombre. Nos recuerdan estos versos lo limitados y circunscritos que podemos llegar a ser durante nuestra existencia, la cual es receptáculo de pequeñas señales que nos dicen a cada tanto que no podemos conseguir la eternidad, y que uno de los caminos para hacerlo no es precisamente vivir el presente. Por el momento, todavía tenemos a nuestra loca imaginación y a nuestra querida fantasía, causas y consecuencias unidas inexorablemente a la añorada–y ahora por fin con mayúsculas- Irrealidad.
Bibliografía •
Borges, Jorge Luis. Obra Poética, 2. Madrid: Alianza, 1998, 1999. 11 y 24-28. • Contreras Bustamante, Marta. La escritura de Borges en Fervor de Buenos Aires y El Hacedor. Jorge Luis Borges, autor. Universidad de Concepción: Acta literaria, 2000. • Ferrer, Manuel. Borges y la Nada. London: Tamesis Books, 1971. 11-106 • Viñas Piquer, David. Del Recorrido fugaz por la poesía de Borges. Barcelona: Revista Signos, 1999. • Yurkievich, Saúl. “Fundadores de la nueva poesía latinoamericana: Vallejo, Huidobro, Borges, Girondo, Neruda, Paz, Lezama Lima”. Jorge Luis Borges. Barcelona: Ariel, 1984. 127-146.
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